Se arreglan relojes de torre
En un pueblecito por el que suelo pasar hay un taller con un cartel que pone "Se arreglan relojes de torre". El relojero es un hombre viejo que se levanta todos los días sobre las nueve y baja al taller para ajustar los relojes de torre que le van llegando de los pueblos vecinos. A las dos se va a comer y por la tarde, a jugar al dominó o a dar un paseo. Como si fuera médico, antes de irse a dormir pasa a dar un vistazo a los relojes que están a punto de entrega, por si alguno atrasara más de la cuenta. No hay demasiado trabajo.
Si entráis con alguna excusa, seguramente os dará conversación mientras repasa engranajes. En el taller todavía se respira ese aire meticuloso y pausado de los viejos artesanos. Mientras trabaja con pulso firme, suele contar que ha desmontado más de cien veces todos los resortes de todos los relojes de la provincia. En algún momento especialmente delicado de la reparación, si necesita concentrarse, el relojero calla unos segundos y puede perder el hilo de lo que estaba diciendo. Si llegáis a tener confianza, os dirá que no le gusta la nueva urbanización ni el campo de golf que sustituirá al trigo y que, según dicen, va a ser la salvación del pueblo.
Yo creo que mi amigo el relojero tiene la luminosa paz interior de los hombres en equilibrio absoluto y verdaderamente felices. Cada vez quedan menos relojes mecánicos de torre, pero el relojero me dice que, sin faltar al respeto, él no quiere meterse en cosas eléctricas. Y cuando el último alcalde mande cambiar el último reloj mecánico por uno de cuarzo, el relojero me asegura (sin darle demasiada importancia) que se va a morir.
Siento deciros que el otro día cuando pasé a verle me llevé un buen disgusto. Allí estaba el cartel como siempre, pero resulta que el taller lleva muchos años cerrado. Parece ser que hace décadas que se cambió el último reloj y el viejo relojero, en efecto, murió. ¡Ya me extrañaba a mí que todavía hubiera un taller de relojes de torre, un artesano tranquilo y un pueblo sin campo de golf!
A fuerza de ver el cartel que pone "Se arreglan relojes de torre", lo debo haber imaginado, todo esto de mi amigo el relojero.
Si entráis con alguna excusa, seguramente os dará conversación mientras repasa engranajes. En el taller todavía se respira ese aire meticuloso y pausado de los viejos artesanos. Mientras trabaja con pulso firme, suele contar que ha desmontado más de cien veces todos los resortes de todos los relojes de la provincia. En algún momento especialmente delicado de la reparación, si necesita concentrarse, el relojero calla unos segundos y puede perder el hilo de lo que estaba diciendo. Si llegáis a tener confianza, os dirá que no le gusta la nueva urbanización ni el campo de golf que sustituirá al trigo y que, según dicen, va a ser la salvación del pueblo.
Yo creo que mi amigo el relojero tiene la luminosa paz interior de los hombres en equilibrio absoluto y verdaderamente felices. Cada vez quedan menos relojes mecánicos de torre, pero el relojero me dice que, sin faltar al respeto, él no quiere meterse en cosas eléctricas. Y cuando el último alcalde mande cambiar el último reloj mecánico por uno de cuarzo, el relojero me asegura (sin darle demasiada importancia) que se va a morir.
Siento deciros que el otro día cuando pasé a verle me llevé un buen disgusto. Allí estaba el cartel como siempre, pero resulta que el taller lleva muchos años cerrado. Parece ser que hace décadas que se cambió el último reloj y el viejo relojero, en efecto, murió. ¡Ya me extrañaba a mí que todavía hubiera un taller de relojes de torre, un artesano tranquilo y un pueblo sin campo de golf!
A fuerza de ver el cartel que pone "Se arreglan relojes de torre", lo debo haber imaginado, todo esto de mi amigo el relojero.
Comentarios
Felicidades
Te agradezco de veras tu comentario, pensaba que era demasiado largo y nadie lo leeria.
saludos
Santiago de Chile 7:30 AM.
¿Has pensado en escribir un libro ???
Un abrazo
Jordi D.