Memorias de Rusia
Salimos del centro de Moscú a la hora prevista. Nuestro propósito no era fácil, pero nuestro contacto se había ofrecido para acompañarnos en su coche oficial, que resultó ser un renqueante vehículo de fabricación soviética, una especie de Seat 124. El se sentó delante, al lado del chófer, y nosotros tres nos apretujamos detrás. El asiento trasero tenía los muelles rotos y la puerta que estaba a mi lado dejaba pasar un caudal considerable del aire gélido de Rusia. Ni coche oficial ni chófer nos ayudaron demasiado a sortear los atascos moscovitas de primera hora de la mañana, de modo que cuando pudimos por fin llegar a las afueras de la ciudad habían pasado casi dos horas. Las calles estaban repletas de coches de lujo, Mercedes e incluso un Ferrari, entre los que nuestro vehículo oficial se veía muy disminuido. Inesperadamente, abrió la ventana y sacó la mano con el dedo índice extendido. "¡Hasta aquí!", exclamó señalando un punto preciso de la carretera, "Hasta aquí llegaron los alemanes. Ya veían el Kremlin...". Y se rió con todo el estruendo de su voz rota.
Poco después se dirigió al chofer y le dio unas indicaciones que no pudimos entender. Salimos de la carretera y de entre la bruma y la contaminación, apareció una iglesia ortodoxa recién restaurada. Entramos detrás del él y le vimos santiguarse con devoción y dar un fajo de rublos a un hombre de larga barba. "¿Usted cree en Dios?", me preguntó. "La fe nunca fue mi fuerte, pero compraré un icono para mi madre", le respondí. "Da, da", me dijo con aprobación. Me llevé una estampita enmarcada, probablemente made in china, que en efecto mi madre agradeció. Al salir de la iglesia, entre otros trastos, pude ver una de las viejas cúpulas azules.
El chófer nos esperaba fumando junto al coche. Apresuradamente, reemprendimos nuestra marcha. Pero esto ya sería otra historia.
Poco después se dirigió al chofer y le dio unas indicaciones que no pudimos entender. Salimos de la carretera y de entre la bruma y la contaminación, apareció una iglesia ortodoxa recién restaurada. Entramos detrás del él y le vimos santiguarse con devoción y dar un fajo de rublos a un hombre de larga barba. "¿Usted cree en Dios?", me preguntó. "La fe nunca fue mi fuerte, pero compraré un icono para mi madre", le respondí. "Da, da", me dijo con aprobación. Me llevé una estampita enmarcada, probablemente made in china, que en efecto mi madre agradeció. Al salir de la iglesia, entre otros trastos, pude ver una de las viejas cúpulas azules.
El chófer nos esperaba fumando junto al coche. Apresuradamente, reemprendimos nuestra marcha. Pero esto ya sería otra historia.
Comentarios
...siempre 'de la mano'.
Algo conozco del primer país, y Rusia, al igual que piensas tú, creo que a estas alturas de mi vida, ya pasa a formar parte de un sueño que probablemente me quede sin conocer.
Lo que me ha llamado la atención es que la palabra icono la asocio a un escritor ruso,...el libro, se conoce como La Madre, lo leí cuando tenía quince años.
(sorprendente entrada,... :)
Un beso.
B.N.C.M.