El hijo del monstruo
En su primera infancia, Enrique fue muy feliz con sus padres. Papá le mimó incluso más que mamá y siempre tuvo ganas de contarle otro cuento antes de apagar la luz. Por la mañana a Enrique le encantaba pasar gateando entre las placas óseas de la espalda de papá, y observar las llamas tenues que le salían de la garganta cuando bostezaba. Enrique a veces pensaba que algún día, cuando fuera mayor, sería tan fuerte como papá.
Así fueron las cosas hasta que estuvo en el último año de parvulario. Todos los niños habían empezado a observarlo y alguno incluso lo había comentado en casa, pero Enrique nunca se había parado a pensar que su padre era diferente. Hasta que un día, sin mala fe, su mejor amigo se lo preguntó a la hora del recreo:
-¿Verdad que tu papá es un monstruo?
Esa tarde, cuando papá le fue a buscar y le levantó en brazos para darle un beso, por primera vez se avergonzó de sus pezuñas. Por la noche, antes de irse a dormir, Enrique se armó de valor y se lo preguntó a mamá.
-Si, es verdad, papá es un monstruo pero él no tiene la culpa y te quiere muchísimo, hijo mío, te aseguro que tienes el mejor papá del mundo.
Aquella explicación fue suficiente y durante algún tiempo no se habló más del tema. Pero no tardan tanto los niños en llegar a la adolescencia, y el amor incondicional que sienten por sus padres empieza a cambiar.
El papá de Enrique tuvo mucha paciencia en esa etapa difícil, pero a él eso parecía irritarle incluso más puesto que en realidad buscaba inconscientemente el enfrentamiento. Enrique empezó a descuidar cada vez más sus tares escolares y finalmente llegó a casa con malas notas. Papá se vio obligado a pedirle que rectificase. A pesar de que fue de lo más moderado en su advertencia, Enrique le respondió airado: "Un monstruo, eso es lo que tú eres".
El papá de Enrique hubiera podido contener la ira sin gritar o sin soltar grandes llamaradas por la boca, pero no pudo con la tristeza. A él le hubiera gustado ser normal, no para poder ir a la playa o comerse un helado en una terraza sin que nadie le mirase despectivamente, si no para ahorrar a su hijo el tremendo dolor de tener un monstruo como padre. Bajó la cabeza y se llevó las pezuñas a la cara para que su hijo no le viera llorar.
A la mañana siguiente, Enrique se levantó afligido y se disculpó sinceramente, aunque ya no le dio un beso como hubiera hecho antes. Su padre le quitó importancia al tema, pero sin haberlo acordado, al llevarle al instituto empezó a dejarle más lejos para que Enrique no tuviera que avergonzarse. Fue en vano, los demás chicos ya hacía tiempo que le llamaban el hijo de la bestia y los grupos de chicas se reían al verle pasar a lo lejos. Enrique en realidad hacía años que no tenía amigos.
Una mañana, al despertar, Enrique notó que su cuerpo estaba empezando a cambiar. Los dedos de las manos se le estaban ensanchando, las uñas se le habían oscurecido y le crecían exageradamente fuertes, como si quisieran juntarse unas con otras. Las vértebras de su espalda empezaban a hacerse más prominentes y su aliento empezaba a ser anormalmente caliente.
Frente a las tostadas del desayuno, con una sola mirada, papá entendió la angustia de Enrique. Le llevó a su cuarto, donde años antes él y mamá habían pasado un mal rato explicándole de donde vienen los niños y donde tantas veces le habían consolado de sus problemas escolares. Pero para esa conversación, la más difícil, solamente podía estar el padre. Allí se lo dijo:
-Tú también vas a ser un monstruo, hijo mío.
Así fueron las cosas hasta que estuvo en el último año de parvulario. Todos los niños habían empezado a observarlo y alguno incluso lo había comentado en casa, pero Enrique nunca se había parado a pensar que su padre era diferente. Hasta que un día, sin mala fe, su mejor amigo se lo preguntó a la hora del recreo:
-¿Verdad que tu papá es un monstruo?
Esa tarde, cuando papá le fue a buscar y le levantó en brazos para darle un beso, por primera vez se avergonzó de sus pezuñas. Por la noche, antes de irse a dormir, Enrique se armó de valor y se lo preguntó a mamá.
-Si, es verdad, papá es un monstruo pero él no tiene la culpa y te quiere muchísimo, hijo mío, te aseguro que tienes el mejor papá del mundo.
Aquella explicación fue suficiente y durante algún tiempo no se habló más del tema. Pero no tardan tanto los niños en llegar a la adolescencia, y el amor incondicional que sienten por sus padres empieza a cambiar.
El papá de Enrique tuvo mucha paciencia en esa etapa difícil, pero a él eso parecía irritarle incluso más puesto que en realidad buscaba inconscientemente el enfrentamiento. Enrique empezó a descuidar cada vez más sus tares escolares y finalmente llegó a casa con malas notas. Papá se vio obligado a pedirle que rectificase. A pesar de que fue de lo más moderado en su advertencia, Enrique le respondió airado: "Un monstruo, eso es lo que tú eres".
El papá de Enrique hubiera podido contener la ira sin gritar o sin soltar grandes llamaradas por la boca, pero no pudo con la tristeza. A él le hubiera gustado ser normal, no para poder ir a la playa o comerse un helado en una terraza sin que nadie le mirase despectivamente, si no para ahorrar a su hijo el tremendo dolor de tener un monstruo como padre. Bajó la cabeza y se llevó las pezuñas a la cara para que su hijo no le viera llorar.
A la mañana siguiente, Enrique se levantó afligido y se disculpó sinceramente, aunque ya no le dio un beso como hubiera hecho antes. Su padre le quitó importancia al tema, pero sin haberlo acordado, al llevarle al instituto empezó a dejarle más lejos para que Enrique no tuviera que avergonzarse. Fue en vano, los demás chicos ya hacía tiempo que le llamaban el hijo de la bestia y los grupos de chicas se reían al verle pasar a lo lejos. Enrique en realidad hacía años que no tenía amigos.
Una mañana, al despertar, Enrique notó que su cuerpo estaba empezando a cambiar. Los dedos de las manos se le estaban ensanchando, las uñas se le habían oscurecido y le crecían exageradamente fuertes, como si quisieran juntarse unas con otras. Las vértebras de su espalda empezaban a hacerse más prominentes y su aliento empezaba a ser anormalmente caliente.
Frente a las tostadas del desayuno, con una sola mirada, papá entendió la angustia de Enrique. Le llevó a su cuarto, donde años antes él y mamá habían pasado un mal rato explicándole de donde vienen los niños y donde tantas veces le habían consolado de sus problemas escolares. Pero para esa conversación, la más difícil, solamente podía estar el padre. Allí se lo dijo:
-Tú también vas a ser un monstruo, hijo mío.
Comentarios
Gracias.
Su cuento da para pensar mucho Dr.
No, ya lo miraré.
No se que decirle, luego le contesto.
Yo no se si la teoría clásica del psicoanálisis vale también para los monstruos. A ver que dicen los entendidos.
Este cuento se tendría que ilustrar, luego, lo imprimimos y lo leemos, y ellos dibujarán sus monstruos personales.
Anomimamente, ahora, yo.
Preciosa historia a la que veo segunda parte que sí será buena. Será aquella en la que la madre también se convierte en monstruo.
EA!
Por cierto... ¿Qué tal sigue el monstruo de Leganés?
Me rindo a sus pies, cual oruga, y le dedico las siguientes letras.
Suspiro por sus ojos, señora
y por sus pestañas, muero.
Me revoluciona el mortero...
y, aaahh... llena mi lavadora,
Empero...
¡Ay de aquel que osare miralla!
¡Ay de aquél que quisiera vella!
Pues de tanto yo querella
dejaría que, a su paso,
en mi pecho dejase huella.
De mi poemario:
Entre tú, yo, y La Brunete
una felicidad que no conocieron hasta ese día.....
Inteligencia. Sustancia puramente espiritual
Gratitud. Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera.
Dicen.
.... entrañables criaturas de fuertes pezuñas y abrasador aliento ....
Supongo que no soy objetivo.
Yendo un poco más allá, no se moleste jeje Dr., pero me parece que es un tema recurente en su blog. ¿Se lo ha hecho mirar?
JesúsA
El único comentario que no estoy de acuerdo es en la frase:
"Hasta que un día, sin mala fe, su mejor amigo se lo preguntó a la hora del recreo:
-¿Verdad que tu papá es un monstruo?"
sino más bien creo que el niño dijo a su mejor amigo un comentario que escuchó de algún adulto y lo repitió.
Creo que como padres-madres, y me incluyo yo la primera, hacemos comentarios-opiniones que podríamos evitar.
¡Gracias!
-Agradecer a quien ya sabe por sus correcciones.
-No hay segunda parte o si acaso este mismo texto ya es la segunda parte, y también la tercera y así sucesivamente.. el tiempo es cíclico, por lo menos entre padres e hijos. El único misterio sin resolver es de donde sale la madre que acepta al monstruo por padre de sus hijos pero yo no se la respuesta, la intuyo pero no estoy seguro.
-"Nada hay más doloroso que la ruptura de la imagen del padre" dice Joselu, yo creo que esto es muy doloroso pero peor es ver que uno terminará por ser como el padre.
Y siento tener que dejarlo aquí por el momento. Buenas noches.
gracias por la reflexion.
(y por la foto, voy a correos a buscarla, me llegó el aviso de entrega) Ya te cuento
Me encantó :), de hecho, me encantan estos párrafos con moraleja y este la tiene y profunda.
Un abrazo
Tendré pesadillas eso seguro, pero me alegro de por una vez haber encotradotan unidos al bien y al mal. La cara y la cruz de la moneda; el hombre causante de tanto daño, el mismo que cuida y protege a los indefensos.
Uff, cómo me ha impresionado!.
Llego a una conclusión: es tan poco lo que sabemos de la humanidad...
Un abrazo y perdón por entrometerme.