Serie grandes herejías. Hoy: Sor Magdalena de Mercadal y los Renuciacionistas
Son muchas las herejías de las que debemos guardarnos, puesto que solamente es uno el camino recto que lleva al cielo, mientras que hay infinitos senderos que se alejan de la Verdad y conducen a la perdición. No fuera que por no conocer las herejías alguno de ustedes fuera al infierno. Con afán didáctico, paso a resumir la aberrante doctrina de los Renunciacionistas, según viene expuesta en la Enciclopedia Ilustrada de la Herejía, Ed. Manuzio, vol. 7.
El Renunciacionismo nace de un exceso de celo. Obedecer los mandatos divinos esperando recibir a cambio la recompensa del cielo, ¿No es hacerlo por interés? ¿No es un poco como quien hace un ingreso a plazo en la Caja de Ahorros solamente para que le den una cubertería y no para contribuir a la Labor Social? ¿No sería mejor amar a Dios y obeceder Sus mandamientos a cambio de nada?. Dijo Sor Magdalena de Mercadal en su herético diario: Qué hermosa es una vida ejemplar, dedicada íntegramente a la contemplación del Señor, si se vive además sin esperar recompensa alguna, sabiendo con toda certeza que su destino final será el infierno. El mayor acto de amor a Dios es renunciar a Él, no saberse digno de su Recompensa, y sin embargo obedecerle, desinteresadamente.
En estas engañosas palabras, seguramente inspiradas por el mismo Belcebú, se apoya la aberrante herejía renunciacionista, que corrompió a no pocos fieles en las Islas Baleares en el siglo XVII, hasta que la Santa Inquisición pudo erradicarla en el Auto de Fe celebrado en Es Mercadal el tres de marzo de 1645.
Los Renunciacionistas, con la execrable Sor Magdalena de Mercadal a la cabeza, propusieron cometer un solo pecado y no confesarlo jamás. Un único acto no perdonado que empañase irremediablemente una vida de absoluta virtud y que por tanto les condenase. A sabiendas de que su destino sería el infierno, los Renunciacionistas pretendieron vivir no obstante en la más perfecta rectitud, y presentar a Dios el más hermoso de los regalos: la admirable renuncia al cielo.
Dicho pecado empezó cometiéndose de cualquier modo, apresuradamente, pero en cuanto el Renunciacionismo se extendió, Sor Magdalena propuso convertirlo en un sacramento adicional, reservado a unos pocos creyentes radicales. El sacramento de la Renunciación empezó a celebrarse de noche, en las calas más escondidas de Menorca, y debajo de sus extraños monumentos prehistóricos. Las hermanas Renunciacionistas vivían su fe con más alegría, y los confesores que habían Renunciado, al saberse imperfectos en lo más íntimo, eran más benevolentes. Pero todo este desorden terminó por llegar a oídos de las jerarquías, y el resto es sobradamente conocido: la Inquisición confundió las hermosas ceremonias anuales de Renunciación con simples bacanales. San Pío Blas, Inquisidor, en el precioso texto del Auto de Es Mercadal, afirma que "en los conventos corrompidos por el renunciacionismo se fornica más que en los burdeles, sin miedo al infierno que ya se da por seguro". Como era previsible, se actuó con mano de hierro y el Renunciacionismo fue cauterizado.
Sin embargo, no falta quien dice que en realidad algunas ramas ocultas de la Herejía Renunciacionista han perdurado. Algunos afirman haber visto a gente cometer pequeños pecados rituales en el silencio de las catedrales, pecados de poca monta tales como encender tres cirios por las almas y pagar solamente dos, o llevarse la Hoja Dominical tirando solamente cuatro o cinco céntimos en la hucha. Tal vez en algún lugar desconocido, algunos fieles radicales sigan celebrando sus aberrantes sacramentos.
El Renunciacionismo nace de un exceso de celo. Obedecer los mandatos divinos esperando recibir a cambio la recompensa del cielo, ¿No es hacerlo por interés? ¿No es un poco como quien hace un ingreso a plazo en la Caja de Ahorros solamente para que le den una cubertería y no para contribuir a la Labor Social? ¿No sería mejor amar a Dios y obeceder Sus mandamientos a cambio de nada?. Dijo Sor Magdalena de Mercadal en su herético diario: Qué hermosa es una vida ejemplar, dedicada íntegramente a la contemplación del Señor, si se vive además sin esperar recompensa alguna, sabiendo con toda certeza que su destino final será el infierno. El mayor acto de amor a Dios es renunciar a Él, no saberse digno de su Recompensa, y sin embargo obedecerle, desinteresadamente.
En estas engañosas palabras, seguramente inspiradas por el mismo Belcebú, se apoya la aberrante herejía renunciacionista, que corrompió a no pocos fieles en las Islas Baleares en el siglo XVII, hasta que la Santa Inquisición pudo erradicarla en el Auto de Fe celebrado en Es Mercadal el tres de marzo de 1645.
Los Renunciacionistas, con la execrable Sor Magdalena de Mercadal a la cabeza, propusieron cometer un solo pecado y no confesarlo jamás. Un único acto no perdonado que empañase irremediablemente una vida de absoluta virtud y que por tanto les condenase. A sabiendas de que su destino sería el infierno, los Renunciacionistas pretendieron vivir no obstante en la más perfecta rectitud, y presentar a Dios el más hermoso de los regalos: la admirable renuncia al cielo.
Dicho pecado empezó cometiéndose de cualquier modo, apresuradamente, pero en cuanto el Renunciacionismo se extendió, Sor Magdalena propuso convertirlo en un sacramento adicional, reservado a unos pocos creyentes radicales. El sacramento de la Renunciación empezó a celebrarse de noche, en las calas más escondidas de Menorca, y debajo de sus extraños monumentos prehistóricos. Las hermanas Renunciacionistas vivían su fe con más alegría, y los confesores que habían Renunciado, al saberse imperfectos en lo más íntimo, eran más benevolentes. Pero todo este desorden terminó por llegar a oídos de las jerarquías, y el resto es sobradamente conocido: la Inquisición confundió las hermosas ceremonias anuales de Renunciación con simples bacanales. San Pío Blas, Inquisidor, en el precioso texto del Auto de Es Mercadal, afirma que "en los conventos corrompidos por el renunciacionismo se fornica más que en los burdeles, sin miedo al infierno que ya se da por seguro". Como era previsible, se actuó con mano de hierro y el Renunciacionismo fue cauterizado.
Sin embargo, no falta quien dice que en realidad algunas ramas ocultas de la Herejía Renunciacionista han perdurado. Algunos afirman haber visto a gente cometer pequeños pecados rituales en el silencio de las catedrales, pecados de poca monta tales como encender tres cirios por las almas y pagar solamente dos, o llevarse la Hoja Dominical tirando solamente cuatro o cinco céntimos en la hucha. Tal vez en algún lugar desconocido, algunos fieles radicales sigan celebrando sus aberrantes sacramentos.
Comentarios
Sabe Vd. quien es J. Fontcuberta alias "Juan F. El Grande" ¿verdad? que no sé porqué me ha venido a la cabeza de repente su insigne figura....
Me alegro de que vuelva Vd. con la teología para ateos.
En fin, lo de siempre en el mediocre planetilla progre, perezoso hasta para escribir "pecaba" con b...
La historia de sor Magdalena me ha conmovido profundamente, como ya comenté antes, ya echaba de menos la Teología recreativa.
...pero creo que es la segunda vez que expreso mis ganas de participar y estar.
A la tercera me río, simplemente por agradar.
Tan sencillo como eso, como contar.
Un beso y buenos días.
Buen Domingo también.
Y resulta que al final el otro va a tener razón, con tanto sedicente "ateo" y "apóstata" que no se quita a Dios, los cristos, los curas, las vírgenes y los papas de la lengua ni del teclado del ordenador.
Puestos a elegir, el incienso de las genuinas ceremonias católicas no huele tan rancio como la adocenada sacristía progre, la verdad [dicho sea, por supuesto, con el debido respeto hacia los contertulios y dueño de este blog].
El que sí estará ardiendo en los infiernos es el Sr. Inquisidor.
¿Acaso no es Dios el Gran Vanidoso, que creó el mundo y al hombre para su mayor glorificación?
Me ha encantado tu comentario, y he estado pensando en editar la entrada (tal vez lo haga) para añadir que la Renuncia en realidad es tanto un acto de amor a Dios como a los hombres menos perfectos que no van a merecer el cielo. Estupendo ! Meditando sobre estas cuestiones y la actitud de Buda, mi (sagrada) siesta dominical ha sido fantástica.
Un beso para ti también !
Se acerca usted ! Pero mi sueño en realidad no es ser Obispo, si no Papa, y tengo incluso pensado un programa electoral (por llamarlo de algún modo) que estoy seguro que interesaría al Espíritu Santo.
Aquí está el quid de la cuestión. Dice usted "una monja le dijo a mi hermana que eso de condenarse es dificilísimo, que hay que ser rematadamente malo y no arrepentirse" pero ¿como podía saberlo la monja? ¿es fácil o difícil salvarse? Esto ya se lo pregunté a la Catequista que me preparó para mi primera Comunión, como conté aquí. Con solo que se pudiera contestar esta pregunta con certeza... Llevo años preguntándomelo.
Prefiero llevar una vida pecaminosa (blasfemar, fornicar, mentir, cometer actos impuros, escupir, mirar el Barça, espiar a mi vecina con el telescopio...) total al final basta con arrepentirse y una buena confesión. Qué moderno y qué bien pensado.
Señor anónimo ¿por qué les dan tanta rabia las personas que no piensan como ustedes? ¿Es usted belga? ¿le gustan los niños?
Por cierto que les veo mentar mucho esa inofensiva fantasía de cómic llamada Infierno, pero ¿no han pensado nunca en lo chic que resultaría que al final existiera? Algunos ateos que por mi profesión he visto morir --soy enfermera-- se lo planteaban entre convulsiones y estertores de última hora: ¡imagino que a ellos también debió de parecerles una posibilidad muy divertida como a mí!!!
Yo muchas veces he pensado que si existe el infierno, pero que son justamente los creyentes los que van allí, por crédulos, puesto que la voluntad de Dios es que seamos ateos y por eso no se manifiesta. Esto me fue revelado en un sueño verdadero que aquí les cuento.
(En este cuadernillo todas las opiniones son bien recibidas, siempre que se expresen con corrección. Pero le ruego que elija usted un alias si desea intervenir regularmente en la discusión.)