La cabalgata de los Reyes Magos
Atención: esta entrada es amarga.
Algún eco ancestral de algo terrible debe subyacer en la cabalgata de los Reyes Magos.
No se en otras partes, pero aquí son los ciudadanos más acaudalados quienes actúan de Reyes y Pajes, y detrás de las carrozas ponen discretos anuncios de sus principales empresas, que son de los sectores de la construcción y del vicio. Con cara de felicidad, los Próceres de la ciudad-dormitorio tiran puñados de caramelos a la multitud que les aclama, kilos y kilos de caramelos sin etiqueta, de los más baratos que existen, y al lanzarlos dicen tomad pobrecitos, tomad idotas y comed de la sal que nosotros os damos, mirad que buena es la mierda si viene de augustas manos. Y la gente grita ¡aquí, aquí!, ¡majestad!, ¡más, más!, y se mata por los caramelos, que quedan en el suelo junto a los excrementos de los caballos, de donde los recogen con codicia como si no tuvieran nada más para cenar. Y aclaman a los Reyes, gracias, gracias.
Y los peores no son los niños, si no sus padres y sobretodo sus madres, recién salidas de la peluquería, las que más afán ponen en la recolección de caramelos, las que traen una bolsa grande de plástico, las que ponen el paraguas al revés para recoger la lluvia de caramelos de fresa química, de limón de plástico y de menta de culo de botella. En casa dicen fijaros cuantos hemos recogido, pero había una rubia teñida que tenía muchos más, por poco me pisa la muy lagarta, de donde habrá salido esta gentuza, esto aquí no se había visto nunca. Y después de dos semanas, cuando la bolsa ya empieza a ser un estorbo en la cocina, la tiran a la basura. Excepto las más bondadosas, que la llevan a los asilos y a los hospitales, para los abuelitos o para los pobres de verdad.
Todo esto es bien sabido desde hace tiempo, pero este año he descubierto unos detalles que me han horrorizado. Durante el desfile yo me muestro circunspecto, reprimo mi natural impulso de insultar a los próceres disfrazados, procuro que no me de un caramelo en el ojo, y contengo mi ironía, apenas si grito el nombre del alcalde, o pregunto a los agentes municipales si las carrozas han pasado la ITV. Pero vengo observando que hay gente que conoce a los pajes, aunque vayan pintados de negro, gris o marrón. Resulta que estas personas, los que conocen a los Próceres, son los ciudadanos Principales, y al final del desfile son admitidos en la Casa Consistorial, en la planta primera, en comunión con los Santos, los Concejales y los Funcionarios del Ayuntamiento.
Allí pueden contemplar a las multitudes apiñadas en la plaza, que miran hacia arriba fascinadas por la cercanía del poder, y atienden al discurso del Alcalde como si fuera un enviado de Dios. Y entre bastidores se reparten las golosinas buenas, y en voz bajita se revelan los nombres de todos y cada uno de los Próceres, de los que han pagado miles de euros por el placer de tirar caramelos baratos, que si Gaspar es el de la inmobiliaria Tal, que si Melchor es el presidente del equipo de fútbol, que si los ocho pajes de Baltasar en realidad eran sus hijas.
Y a la mañana siguiente estos cotilleos se propagan al pueblo llano, para que de esta forma el escalafón social se consolide, y cada uno pueda admirar la riqueza del escalón superior, y complacerse dando envidia al inferior. Como las orugas procesionarias.
Algún eco ancestral de algo terrible debe subyacer en la cabalgata de los Reyes Magos.
No se en otras partes, pero aquí son los ciudadanos más acaudalados quienes actúan de Reyes y Pajes, y detrás de las carrozas ponen discretos anuncios de sus principales empresas, que son de los sectores de la construcción y del vicio. Con cara de felicidad, los Próceres de la ciudad-dormitorio tiran puñados de caramelos a la multitud que les aclama, kilos y kilos de caramelos sin etiqueta, de los más baratos que existen, y al lanzarlos dicen tomad pobrecitos, tomad idotas y comed de la sal que nosotros os damos, mirad que buena es la mierda si viene de augustas manos. Y la gente grita ¡aquí, aquí!, ¡majestad!, ¡más, más!, y se mata por los caramelos, que quedan en el suelo junto a los excrementos de los caballos, de donde los recogen con codicia como si no tuvieran nada más para cenar. Y aclaman a los Reyes, gracias, gracias.
Y los peores no son los niños, si no sus padres y sobretodo sus madres, recién salidas de la peluquería, las que más afán ponen en la recolección de caramelos, las que traen una bolsa grande de plástico, las que ponen el paraguas al revés para recoger la lluvia de caramelos de fresa química, de limón de plástico y de menta de culo de botella. En casa dicen fijaros cuantos hemos recogido, pero había una rubia teñida que tenía muchos más, por poco me pisa la muy lagarta, de donde habrá salido esta gentuza, esto aquí no se había visto nunca. Y después de dos semanas, cuando la bolsa ya empieza a ser un estorbo en la cocina, la tiran a la basura. Excepto las más bondadosas, que la llevan a los asilos y a los hospitales, para los abuelitos o para los pobres de verdad.
Todo esto es bien sabido desde hace tiempo, pero este año he descubierto unos detalles que me han horrorizado. Durante el desfile yo me muestro circunspecto, reprimo mi natural impulso de insultar a los próceres disfrazados, procuro que no me de un caramelo en el ojo, y contengo mi ironía, apenas si grito el nombre del alcalde, o pregunto a los agentes municipales si las carrozas han pasado la ITV. Pero vengo observando que hay gente que conoce a los pajes, aunque vayan pintados de negro, gris o marrón. Resulta que estas personas, los que conocen a los Próceres, son los ciudadanos Principales, y al final del desfile son admitidos en la Casa Consistorial, en la planta primera, en comunión con los Santos, los Concejales y los Funcionarios del Ayuntamiento.
Allí pueden contemplar a las multitudes apiñadas en la plaza, que miran hacia arriba fascinadas por la cercanía del poder, y atienden al discurso del Alcalde como si fuera un enviado de Dios. Y entre bastidores se reparten las golosinas buenas, y en voz bajita se revelan los nombres de todos y cada uno de los Próceres, de los que han pagado miles de euros por el placer de tirar caramelos baratos, que si Gaspar es el de la inmobiliaria Tal, que si Melchor es el presidente del equipo de fútbol, que si los ocho pajes de Baltasar en realidad eran sus hijas.
Y a la mañana siguiente estos cotilleos se propagan al pueblo llano, para que de esta forma el escalafón social se consolide, y cada uno pueda admirar la riqueza del escalón superior, y complacerse dando envidia al inferior. Como las orugas procesionarias.
Comentarios
¿Su negro también era falso?
Deberían meterlos a todos en la cárcel incluidos a ciertos niños y a sus padres y a sus madres y a Melchor y a Gaspar y a San Itario también.
Por que es un tema navideño, pero sería un post de los buenos.
Un abrazo
Será que no vivo en una ciudad-dormitorio, sino en un pueblito-medio-dormitorio-medio-productor.
En mi pueblo es todo mucho más sencillo: buscamos voluntarios para hacer de reyes y pajes, decoramos un remolque con unas cajas como si fuesen regalos y un tractor trae a los reyes en su remolque hasta el pueblo. Lo peor es que hay que pasar un rato por la iglesia, pero después se deja un regalo en el salón para que se lo den a cada crío y con el dinero que recaudamos los padres los voluntarios se hacen una buena lifara. No da juego para hacer un relato cáustico como el suyo, pero desde luego tampoco es tan deprimente. Feliz año.
Un escrito en la diana.
Saludos.
Es una buena técnica pero casi innecesaria puesto que el excremento de hervíboro es poco nocivo en general.
Yo, como he sido bueno, los reyes me han traido una lensbaby.
Además, un dilema, si no vas, es que eres una despegada y desaborida.
Me gusta esta entrada. Mucho. Una de las ventajas de salir y fijarte. Sólo por lo que cuentas, me hubiera gustado verlo, hubiera soportado la marea de gente que te arrastra de un lado a otro. Pero contigo.... lo malo es cuando tienes que poner cara de qué-guay.
Hace que no veo una cabalgata de esas, sin exagerar. ¡No lo recuerdo¡
Lo he disfrutado.
Namasté-OM
Y lo de recoger caramelos como locos no es más que la tendencia humana de acumular lo que sea, i.e. colecciones de cosa inútiles, música o películas descargadas de internet ... o incluso miles de fotografias ordenadas y clasificadas perfectamente en tu nuevo ordenador...
El apego a las cosas materiales es humano, pocos quieren vivir como Diógenes de Sinope.
Ha pensado usted que todos esos idiotas tal vez están pensando lo mismo que usted mientras aguantan la lluvia, los pisotones y los caramelazos.
Piense en la parte positiva; como el fútbol, es un acto integrador de culturas, que acoge a grandes y pequeños de todas las religiones, porque a todos nos gusta el duce, aunque sea falso.