La maniobra de Heimlich
Antes de que empezara la que había de ser la última comida de Navidad, cuando ya estaban a punto de entrar en el salón, Don Braulio les reunió en un corrillo y les habló con la voz quebrada por la emoción: "Yo lo se mejor que nadie, este año las cosas son más difíciles y precisamente por eso no he querido suprimir esta celebración. Compañeros, con el trabajo de todos os aseguro que nuestra Empresa va a salir adelante."
Su tono de voz hizo que el contable Carlos, hombre de confianza y amigo de toda la vida, recordase los tiempos en que el joven Braulio había liderado una agrupación de estudiantes, y por un momento pensó que de nuevo levantaría el puño para cantar La Internacional. Pero solamente dijo: "Si os parece empezaremos con este aperitivo mientras nos sirven los platos principales".
Todos tomaron asiento alrededor de la mesa, en el centro del enorme reservado blanco que Don Braulio había elegido para la ocasión. Las paredes, extrañamente distantes y sin ninguna clase de adorno, casi se perdían de vista y se confundían con el suelo. El camarero, muy anciano, empezó a servir lentamente los platos de aceitunas y rogó disculpas por si hacía un poco de frío, pronto empezaría a notarse que la calefacción estaba encendida. Eran más de las tres de la tarde y las aceitunas, que eran grandes, negras y con hueso fueron recibidas con alegría.
Nicanor, el conserje, había llegado a la empresa mucho antes de que la heredara Don Braulio y siempre había sido un modelo de seriedad y corrección en el vestir. Tomó la primera de las aceitunas con la mano derecha y se la llevó a la boca sin tocarla con los labios. Estaría distraído, o tal vez quiso hablar a destiempo, porque la aceituna se le atragantó. Empezó a toser, primero sentado y tratando de guardar la compostura. Después, aterrorizado, se puso de pié y con la mirada vidriosa siguió y siguió tosiendo con todas sus fuerzas para tratar de librarse de aquel cuerpo extraño que le estaba asfixiando. En vano trataron la becaria Angelines y el comercial Marcos de darle palmadas en la espalda, en vano acudió el contable Carlos hacerle la maniobra de Heimlich: a los cuatro minutos Nicanor ya estaba en el suelo inconsciente y azulado. Carlos, consternado, anunció que había muerto.
"Esto es terrible", dijo Don Braulio, "que final más desgraciado ha tenido el pobre Nicanor, ahora que su jubilación ya se veía próxima. Pero el camarero ya ha llamado a la ambulancia y cuando llegue ellos sabrán que hacer con él. Yo se que os parecerá extraño lo que voy a decir, pero estoy seguro de que el buen Nicanor hubiera querido que siguiéramos comiendo. Y por otra parte su trabajo en la Empresa ya no era tan necesario: hoy en día se puede pasar perfectamente con un portero automático y cada vez se utiliza menos el teléfono. Compañeros, en homenaje al desaparecido Nicanor, os propongo que sigamos con este aperitivo, ahora que ya son casi las cuatro de la tarde y los platos principales no pueden tardar en llegar".
La joven becaria Angelines fue la segunda. Su aceituna tal vez era demasiado grande, o quizás ella quiso tragarla de golpe, o se olvidó del hueso. Era una chica alegre, muy guapa y muy querida en la Empresa y más de uno debía de estar prendado de ella, de modo que todos acudieron a socorrerla. Cuando la maniobra de Heimlich ya hubo fallado y Angelines ya estaba en el suelo con las primeras convulsiones de la muerte, Carlos estuvo pensando si a ella debía hacerle masaje cardíaco y respiración boca a boca, pero como a Nicanor no se lo había hecho, no le pareció procedente. Por otra parte, con aquel cuerpo extraño en la tráquea, poco había que hacer.
"Esto es terrible", dijo Don Braulio con una lágrima en el ojo derecho, "la pobre Angelines ha muerto. Ella que era tan vital y tan trabajadora, que tenía toda la vida por delante y que tanto empeño ponía en ir aprendiendo las normas de la Empresa... justamente ahora que ya estaba a punto de disfrutar del primer contrato remunerado. Pero yo os propongo que sigamos con el aperitivo, ahora que los platos principales ya deben de estar a punto de llegar. Desde el punto de vista de la Empresa, Angelines últimamente solía retrasarse en sus tareas y además el volumen de negocio ha disminuido y creo que con el esfuerzo de todos podremos seguir funcionando sin Angelines. Prosigamos, estoy seguro de que es lo que ella hubiera preferido... Marcos ¿no le apetece a usted una aceituna?".
Al final Don Braulio pidió la cuenta y dejó una buena propina. Antes de salir, miró por última vez el desmesurado salón blanco. Seguía igual de glacial que cuando llegaron, pero ahora estaba tan silencioso que podía oírse perfectamente el eco de los pasos del camarero recogiendo para la cena. Repasó con la mirada los restos mortales de todos sus antiguos empleados y se marchó aliviado.
Su tono de voz hizo que el contable Carlos, hombre de confianza y amigo de toda la vida, recordase los tiempos en que el joven Braulio había liderado una agrupación de estudiantes, y por un momento pensó que de nuevo levantaría el puño para cantar La Internacional. Pero solamente dijo: "Si os parece empezaremos con este aperitivo mientras nos sirven los platos principales".
Todos tomaron asiento alrededor de la mesa, en el centro del enorme reservado blanco que Don Braulio había elegido para la ocasión. Las paredes, extrañamente distantes y sin ninguna clase de adorno, casi se perdían de vista y se confundían con el suelo. El camarero, muy anciano, empezó a servir lentamente los platos de aceitunas y rogó disculpas por si hacía un poco de frío, pronto empezaría a notarse que la calefacción estaba encendida. Eran más de las tres de la tarde y las aceitunas, que eran grandes, negras y con hueso fueron recibidas con alegría.
Nicanor, el conserje, había llegado a la empresa mucho antes de que la heredara Don Braulio y siempre había sido un modelo de seriedad y corrección en el vestir. Tomó la primera de las aceitunas con la mano derecha y se la llevó a la boca sin tocarla con los labios. Estaría distraído, o tal vez quiso hablar a destiempo, porque la aceituna se le atragantó. Empezó a toser, primero sentado y tratando de guardar la compostura. Después, aterrorizado, se puso de pié y con la mirada vidriosa siguió y siguió tosiendo con todas sus fuerzas para tratar de librarse de aquel cuerpo extraño que le estaba asfixiando. En vano trataron la becaria Angelines y el comercial Marcos de darle palmadas en la espalda, en vano acudió el contable Carlos hacerle la maniobra de Heimlich: a los cuatro minutos Nicanor ya estaba en el suelo inconsciente y azulado. Carlos, consternado, anunció que había muerto.
"Esto es terrible", dijo Don Braulio, "que final más desgraciado ha tenido el pobre Nicanor, ahora que su jubilación ya se veía próxima. Pero el camarero ya ha llamado a la ambulancia y cuando llegue ellos sabrán que hacer con él. Yo se que os parecerá extraño lo que voy a decir, pero estoy seguro de que el buen Nicanor hubiera querido que siguiéramos comiendo. Y por otra parte su trabajo en la Empresa ya no era tan necesario: hoy en día se puede pasar perfectamente con un portero automático y cada vez se utiliza menos el teléfono. Compañeros, en homenaje al desaparecido Nicanor, os propongo que sigamos con este aperitivo, ahora que ya son casi las cuatro de la tarde y los platos principales no pueden tardar en llegar".
La joven becaria Angelines fue la segunda. Su aceituna tal vez era demasiado grande, o quizás ella quiso tragarla de golpe, o se olvidó del hueso. Era una chica alegre, muy guapa y muy querida en la Empresa y más de uno debía de estar prendado de ella, de modo que todos acudieron a socorrerla. Cuando la maniobra de Heimlich ya hubo fallado y Angelines ya estaba en el suelo con las primeras convulsiones de la muerte, Carlos estuvo pensando si a ella debía hacerle masaje cardíaco y respiración boca a boca, pero como a Nicanor no se lo había hecho, no le pareció procedente. Por otra parte, con aquel cuerpo extraño en la tráquea, poco había que hacer.
"Esto es terrible", dijo Don Braulio con una lágrima en el ojo derecho, "la pobre Angelines ha muerto. Ella que era tan vital y tan trabajadora, que tenía toda la vida por delante y que tanto empeño ponía en ir aprendiendo las normas de la Empresa... justamente ahora que ya estaba a punto de disfrutar del primer contrato remunerado. Pero yo os propongo que sigamos con el aperitivo, ahora que los platos principales ya deben de estar a punto de llegar. Desde el punto de vista de la Empresa, Angelines últimamente solía retrasarse en sus tareas y además el volumen de negocio ha disminuido y creo que con el esfuerzo de todos podremos seguir funcionando sin Angelines. Prosigamos, estoy seguro de que es lo que ella hubiera preferido... Marcos ¿no le apetece a usted una aceituna?".
Al final Don Braulio pidió la cuenta y dejó una buena propina. Antes de salir, miró por última vez el desmesurado salón blanco. Seguía igual de glacial que cuando llegaron, pero ahora estaba tan silencioso que podía oírse perfectamente el eco de los pasos del camarero recogiendo para la cena. Repasó con la mirada los restos mortales de todos sus antiguos empleados y se marchó aliviado.
Comentarios
Don Braulio es un prócer de la patria que con su esfuerzo ha levantado un imperio.
Aceitunas para todos ?
O es que la maniobra de Heimlich la hacían alrededor del cuello y no del diafragma?
Que no se entere D.Gerardo o invita a unas tapitas a su linea aérea...
Los detalles son importantes.
Pero en lugar de dar aceitunas dieron para cenar bolitas de excremento de cabrita!!!
Tenía más aroma!!! "Delicatessen" pero la verdad yo soy más de campo prefiero espatec amb pa tomaquet!
B.N.C.M.
Beso.
Estoy segura que este cuento correría de boca en boca si usted lo publicara. Me ha encantado.
Sorprendente, ingenioso, despierta la curiosidad, te mantiene en tensión, nada predecible.
Me ha encantado. Me da igual no ser nadie,y que mi opinión no importe o no sea relevante, pero frikosal ... me parece usted un genio.
Icíar, puedes ponerlo. Deja un enlace a esta entrada, por favor. Por cierto que yo no creo que seas irrelevante, ni yo un genio ya puestos. Pero muchas gracias !