El caso del te con piñones
Incluso en Túnez la lluvia es fría y mojada en Diciembre. Entramos en un bar a resguardarnos y pedimos un te. No se si bar es la palabra adecuada. Era un lugar precioso y los clientes fumando en pipa de agua parecían salidos de las 1001 noches.
El te era delicioso, con piñones y acompañado de esos dulces árabes tan buenos (y que no habíamos pedido). Pedimos otro. El camarero nos lo sirvió con rapidez. Era enorme e impasible como un eunuco vigilando un haren. Trajo más dulces. Mal asunto.
Cuando fuimos a pagar nos dimos cuenta: era una estafa. El eunuco guardián nos cobró una barbaridad de dinero, por ese precio hubieramos podido cenar dos veces en un restaurante caro. Pregunté a los otros clientes los precios. Sonrieron y señalaron al camarero: Preguntadle a él.
Con el rabo entre las piernas, pagamos y salimos a la calle. Volvió a empezar a llover. Mientras andaba calle abajo, mojado, medité mucho acerca de la mísera condición de turista.
Un grupo de alemanes descendió de un autocar. Según iban subiendo calle arriba, yo señalaba el local de los piñones y les advertía de que se abstuvieran de entrar. Al llegar al final de la calle, antes de doblar la esquina, miré hacia la puerta del local. Alli estaba el eunuco-camarero, con cara de sorpresa, viendo pasar de largo a todos los alemanes que habían hablado conmigo. O eso me pareció a mi.
Comentarios
Tu perdiste pero él más.
La foto, preciosa. Qué envidia de fotos que sacas.
Jordi D.