Muerte de E
E. era una chica alta, desgarbada y exageradamente pálida. Hablaba con voz estridente y su apellido era risible. Tal vez estos factores precipitaron su muerte poco antes de que cumpliera 20 años.
Hacíamos primero de BUP. A los 14 años ya nos creíamos mayores y dedicabamos la hora del recreo a andar charlando patio arriba y abajo con el bocadillo en la mano. Una mañana de otoño, E. y sus amigas paseaban conversando con parsimonia por un largo corredor asfaltado al lado de la capilla.
Sin ningún motivo aparente, desde muy lejos Pepe gritó "E.... !!!", y arrancó a correr hacia ellas por su espalda. E. pretendió no haberle oido. Tal vez le habían aconsejado no hacer caso a los que la molestaran. Pero estaba temblando de pánico en espera de lo inevitable mientras oia las zancadas de Pepe aproximandose a su espalda. Y no era para menos, por que Pepe era violento e imprevisible.
Cuando Pepe llegó ya eran muchos los que imaginaban que algo iba a suceder y estaban mirando para no perderselo. Pepe no quiso defraudarles. E. estaba de espaldas. Sin mediar palabra, casi sin dejar de correr, Pepe metio el brazo entre las piernas de la chica, hasta el codo, y tocó ostensiblemente sus genitales. Fue un gesto de una rapidez y violencia espeluznantes, que provocó la risa inmediata de casi todos los chicos que vieron la escena. Y tambien de algunas chicas. Es que E. era una de las víctimas habituales de la clase.
Y las amigas siguieron paseando sin interrumpir su conversacion, alteradas por el miedo pero como si no hubiera pasado nada. En el fondo, aliviadas de no haber sido ellas las agredidas. También E. continuo andando entre ellas, hacia delante. Sin gritar. Tratando de mantener la compostura entre las risas, con una lágrima y una mueca de dolor físico en su cara, normalmente pálida pero esta vez roja como la sangre.
Y Pepe se giró y volvió andando, inexpresivo como siempre, paladeando su victoria.
Ningun adulto vio nada, en la escuela no se comentó nada de esto. No fue un hecho aislado, solamente un episodio más, el de aquella mañana de otoño. Podría contar otros.
Años más tarde, cuando yo estaba en primero o segundo de la universidad alguien me comentó que E. se había colgado.
A Pepe no volví a verle hasta mucho después. Abrió una bombonería en el centro de la ciudad. Una vez más, veinte años después, su cara inexpresiva al otro lado del escaparate me dejó paralizado de terror.
Hacíamos primero de BUP. A los 14 años ya nos creíamos mayores y dedicabamos la hora del recreo a andar charlando patio arriba y abajo con el bocadillo en la mano. Una mañana de otoño, E. y sus amigas paseaban conversando con parsimonia por un largo corredor asfaltado al lado de la capilla.
Sin ningún motivo aparente, desde muy lejos Pepe gritó "E.... !!!", y arrancó a correr hacia ellas por su espalda. E. pretendió no haberle oido. Tal vez le habían aconsejado no hacer caso a los que la molestaran. Pero estaba temblando de pánico en espera de lo inevitable mientras oia las zancadas de Pepe aproximandose a su espalda. Y no era para menos, por que Pepe era violento e imprevisible.
Cuando Pepe llegó ya eran muchos los que imaginaban que algo iba a suceder y estaban mirando para no perderselo. Pepe no quiso defraudarles. E. estaba de espaldas. Sin mediar palabra, casi sin dejar de correr, Pepe metio el brazo entre las piernas de la chica, hasta el codo, y tocó ostensiblemente sus genitales. Fue un gesto de una rapidez y violencia espeluznantes, que provocó la risa inmediata de casi todos los chicos que vieron la escena. Y tambien de algunas chicas. Es que E. era una de las víctimas habituales de la clase.
Y las amigas siguieron paseando sin interrumpir su conversacion, alteradas por el miedo pero como si no hubiera pasado nada. En el fondo, aliviadas de no haber sido ellas las agredidas. También E. continuo andando entre ellas, hacia delante. Sin gritar. Tratando de mantener la compostura entre las risas, con una lágrima y una mueca de dolor físico en su cara, normalmente pálida pero esta vez roja como la sangre.
Y Pepe se giró y volvió andando, inexpresivo como siempre, paladeando su victoria.
Ningun adulto vio nada, en la escuela no se comentó nada de esto. No fue un hecho aislado, solamente un episodio más, el de aquella mañana de otoño. Podría contar otros.
Años más tarde, cuando yo estaba en primero o segundo de la universidad alguien me comentó que E. se había colgado.
A Pepe no volví a verle hasta mucho después. Abrió una bombonería en el centro de la ciudad. Una vez más, veinte años después, su cara inexpresiva al otro lado del escaparate me dejó paralizado de terror.
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