Ejercicios espirituales para ateos: enamorarse de nuestra montaña
Frecuentemente, Dios coloca la montaña más hermosa del mundo cerca de donde vivimos, dejando para nosotros los ejercicios espirituales de conocerla, fotografiarla, y -a veces- llegar a amarla. Claro está que el enamoramiento no puede programarse como si fuera una de tantas actividades rutinarias. Simplemente surge, en ocasiones, sin que sepamos explicar a que se ha debido.
Todavía ahora recuerdo cuando compré el primer mapa, de la editorial Alpina, y lo saqué de la funda de plástico. Estaba completamente nuevo, con los pliegues impecables, y al extenderlo sobre la mesa del comedor para estudiar las curvas de nivel y los senderos que yo esperaba poder recorrer ya casi sentía la emoción de los descubrimientos que me esperaban. Pero al leer los nombres de todos los rincones, me pregunté si realmente era necesario tantísimo detalle. ¿Hacía falta identificar todas y cada una de esas pequeñas cimas con un nombre tan evocador? ¡Que equivocado estaba! El otro día pasé junto a una gran roca, que me pareció preciosa, y al ir a consultar su nombre vi con cierta indignación que nadie se había preocupado en bautizarla. Después de haber recorrido muchas veces mi montaña, ahora que empiezo a conocerla, ahora que el mapa ya está totalmente destrozado de tanto usarlo, me doy cuenta de que realmente me ha atrapado. Debo administrar con cuidado mi pasión por ella, puesto que mi montaña es hermosa pero son grandes sus peligros, especialmente para mi que buscando sus estrellas y sus amaneceres la visito de noche y en solitario.
Aparentemente, es un amor no correspondido. En su soberbia geológica, la montaña no da señales de haber notado siquiera nuestra presencia mortal. Sin embargo, aunque su vida se mida por millones de años, también las montañas están sujetas a un ciclo vital. De modo que no pueden ser completamente indiferentes a nuestra pasión efímera: también ellas nacen entre convulsiones y envejecen lentamente para terminar muriendo y siendo olvidadas. Y de sus deshechos, de las rocas que ahora se despeñan ladera abajo cuando llueve, terminarán naciendo otras montañas, igual que de nuestras cenizas.
Una de las cosas más difíciles que hay es fotografiar las noches de luna de modo que parezcan noches de luna ¿lo he conseguido?. Debo decir que esta es una bella montaña, pero no puedo decir que sea mi montaña, tal vez algún día lo sea (si es que se pueden tener dos).
Todavía ahora recuerdo cuando compré el primer mapa, de la editorial Alpina, y lo saqué de la funda de plástico. Estaba completamente nuevo, con los pliegues impecables, y al extenderlo sobre la mesa del comedor para estudiar las curvas de nivel y los senderos que yo esperaba poder recorrer ya casi sentía la emoción de los descubrimientos que me esperaban. Pero al leer los nombres de todos los rincones, me pregunté si realmente era necesario tantísimo detalle. ¿Hacía falta identificar todas y cada una de esas pequeñas cimas con un nombre tan evocador? ¡Que equivocado estaba! El otro día pasé junto a una gran roca, que me pareció preciosa, y al ir a consultar su nombre vi con cierta indignación que nadie se había preocupado en bautizarla. Después de haber recorrido muchas veces mi montaña, ahora que empiezo a conocerla, ahora que el mapa ya está totalmente destrozado de tanto usarlo, me doy cuenta de que realmente me ha atrapado. Debo administrar con cuidado mi pasión por ella, puesto que mi montaña es hermosa pero son grandes sus peligros, especialmente para mi que buscando sus estrellas y sus amaneceres la visito de noche y en solitario.
Aparentemente, es un amor no correspondido. En su soberbia geológica, la montaña no da señales de haber notado siquiera nuestra presencia mortal. Sin embargo, aunque su vida se mida por millones de años, también las montañas están sujetas a un ciclo vital. De modo que no pueden ser completamente indiferentes a nuestra pasión efímera: también ellas nacen entre convulsiones y envejecen lentamente para terminar muriendo y siendo olvidadas. Y de sus deshechos, de las rocas que ahora se despeñan ladera abajo cuando llueve, terminarán naciendo otras montañas, igual que de nuestras cenizas.
Una de las cosas más difíciles que hay es fotografiar las noches de luna de modo que parezcan noches de luna ¿lo he conseguido?. Debo decir que esta es una bella montaña, pero no puedo decir que sea mi montaña, tal vez algún día lo sea (si es que se pueden tener dos).
Comentarios
¿Adivino la Vía Láctea en el centro de la foto o tengo demasiado sueño?
Y sí, la Vía Láctea se intuye por ahí.
Vd. nos enseña el arte de vivir y nos maravilla con sus imágenes. Me gusta mucho la foto.
la Luna lo ilumina todo, supongo.
Qué puedo decir yo acerca de enamorarse de las montañas, y de su toponimia, porque además a unos pocos filólogos nos gusta estudiar el origen de esos nombres. Hace años que me enamoré de ellas, y no se me pasa, ni siquiera cayendo en la rutina de verlas todos los días. Pero ahora una cosa pequeñeta me impide ir a ellas, aunque las tenga en la puerta de casa :-(
Salut.
Rafa,
Tierra de ibones..
Jordi,
Irreparable desde el punto de vista de la hipoteca jeje. Voy con cuidado, desde luego.
Josep,
Gracias !
Xavi,
Si, la Luna.
Felquera,
El Midi, pero no exactamente desde Estanés. Esas son montañas tuyas más que mías desde luego, yo apenas las conozco pero este verano volveré a la carga, con las rodillas un poco mejor que la última vez que me viste, espero.. A ver si puedo pasarme por tu país. Un abrazo y recuerdos entre tanto.
No tengo la menor duda. ¡Es un extraterrestre!
Al principio pensé que era alguien que había perdido la cordura por exceso de inteligencia, después, creí que era un buscador compulsivo de la fe, pero ahora, no me cabe la menor duda: Es un EXTRATERRESTRE.
Después de tener ésta revelación tan intensa, ha anidado en mi corazón humano una compasión profunda y una ternura inmensa hacia este ser de otros mundos que busca su nave en algún paraje desolado y elevado cerca de las cumbres. Ahora entiendo la preocupación casi enfermiza por la soledad, por la noche y las estrellas o por los bichos diminutos que seguramente éstos le recuerdan algún organismo vivo de su planeta. Estoy convencida de que su planeta está por la zona de Orión y que tiene un nombre parecido a algo que sucede en nuestros cielos y que se refiera al nombre genérico que utilizamos los humanos de la península ibérica para denominar la luminosidad que desprenden las estrellas: Celístia. Pero últimamente he descubierto una cualidad que me hace pensar que se está humanizando a marchas forzadas. Ha empezado a amar y a enamorarse de las montañas y empieza a decir que son suyas.¡ Ay señor! ¡Qué tendrá este planeta nuestro que hasta los del espacio sideral se vuelven posesivos!
No ho diguis
Joselu, a ver si pudiera acompañarte.
Si que se ve la Via Láctea, lejos de las ciudades, en noches sin luna, sobretodo en verano que es cuando la zona de Escorpión es visible, y Cignus queda alto. Pero si hay luna la claridad de la luna se la come, a no ser que estés a una altura considerable.
El enamorarse de una montaña es fácil con lo bonitas que son.
Pero ¿no dicen que hay amores que matan?
Cuidado con según que amantes, presérvate!
Ahora… si tu montaña o roca no tiene nombre bautízala tú mismo.
Tu foto es preciosa, muy preciosa.
Pero la encuentro un poco clara para representar luz de luna.