Adiós a Anakena
Dice la leyenda -y en eso todas las fuentes coinciden- que no fue el rey Hotu Matu'a quien primero puso el pie en la isla, sino un grupo de enviados que se adelantaron para encontrar un lugar digno para su desembarco. Aunque algunos afirman que los enviados viajaron en un sueño, parece más posible que todos ellos hubieran partido desde algún lugar remoto, miles de kilómetros más a poniente, con sus dobles piraguas Polinesias de aspecto precario.
Cuando estallaba la guerra en alguna isla de la Polinesia, los perdedores no eran enteramente masacrados y devorados, sino que a algunos de ellos se les invitaba a hacerse a la mar, al muy incierto Pacífico, en busca de otra isla donde vivir. Hombres y mujeres tomaban el agua y los víveres que podían transportar en sus piraguas, semillas de sus plantas más útiles y parejas de sus animales más productivos. Elegían un rumbo y se hacían a la mar, como si fueran espermatozoides portadores de la esencia de su mundo-isla. De este modo, se eliminaba parte del excedente humano, los que la naturaleza de la isla no podía soportar. La mayoría morían pero de todos modos ¿no era ese su destino?.
Los más fuertes y resistentes, los mejores navegantes, los que sabían interpretar mejor las señales de tierras remotas desde el seno de aquel inmenso océano... o tal vez los que tenían más fuerte mana, esos lograban encontrar una isla deshabitada. Allí se establecían, doblegaban a la naturaleza y prosperaban hasta alcanzar una vez más el máximo posible de población. De este modo se iniciaba un nuevo ciclo de guerras y emigraciones. Así fueron colonizando toda la Polinesia, hasta llegar su extremo más oriental: Te Pito Te Henua, el ombligo del mundo, más tarde conocida como Rapa Nui, la Isla de Pascua.
Dice la leyenda que al llegar a Rapa Nui, los enviados no encontraron ninguna playa digna del desembarco de un Rey, persona poseedora de un mana tan colosal que quien le tocaba moría de inmediato (es el mana la energía mágica capaz de encauzar las cosas en provecho propio, de hacer crecer abundantes cosechas, de atraer a los peces al anzuelo, la lluvia a los campos, o las maletas hasta un aeropuerto lejano, pero que en estado puro puede ser tan letal como la electricidad).
De modo que rodearon la isla hasta encontrar la playa de Anakena, de finísima arena rosada, ciertamente digna de un Rey. También sabemos que apenas hubo desembarcado Hotu Matu'a, su mujer -o según otros, su hermana- dio a luz, expresando simbólicamente su deseo de poblar la isla con una nueva estirpe de hombres y mujeres que había de impresionar al mundo entero con sus proezas.
De modo que yo no quise marcharme de Rapa Nui sin haberme bañado ritualmente en las aguas de Anakena. En mi última tarde en la isla, esperé a que la luz de la tarde se hiciera más discreta. Cuando se hubieron marchado los demás turistas, ya casi en completa oscuridad, dejé el trípode y la bolsa de la cámara sobre una piedra para internarme brevemente en las aguas del Pacífico, que allí tienen una temperatura agradable incluso en pleno invierno austral. Y eso fue a mediados de Julio, que en la lengua Rapa Nui se llama Anakena, puesto que fue entonces cuando llegó Hotu Matu'a.
Ahora la cuestión es: ¿Como había podido yo -modesto agrimensor nacido en una olvidada ciudad dormitorio, en un mar de mierda y cemento situado 13.000 kilómetros más al oeste- llegar hasta la Isla de Pascua, Rapa Nui, Te Pito Te Henua, el ombligo del mundo? ¿Y con qué fin?
Cuando estallaba la guerra en alguna isla de la Polinesia, los perdedores no eran enteramente masacrados y devorados, sino que a algunos de ellos se les invitaba a hacerse a la mar, al muy incierto Pacífico, en busca de otra isla donde vivir. Hombres y mujeres tomaban el agua y los víveres que podían transportar en sus piraguas, semillas de sus plantas más útiles y parejas de sus animales más productivos. Elegían un rumbo y se hacían a la mar, como si fueran espermatozoides portadores de la esencia de su mundo-isla. De este modo, se eliminaba parte del excedente humano, los que la naturaleza de la isla no podía soportar. La mayoría morían pero de todos modos ¿no era ese su destino?.
Los más fuertes y resistentes, los mejores navegantes, los que sabían interpretar mejor las señales de tierras remotas desde el seno de aquel inmenso océano... o tal vez los que tenían más fuerte mana, esos lograban encontrar una isla deshabitada. Allí se establecían, doblegaban a la naturaleza y prosperaban hasta alcanzar una vez más el máximo posible de población. De este modo se iniciaba un nuevo ciclo de guerras y emigraciones. Así fueron colonizando toda la Polinesia, hasta llegar su extremo más oriental: Te Pito Te Henua, el ombligo del mundo, más tarde conocida como Rapa Nui, la Isla de Pascua.
Dice la leyenda que al llegar a Rapa Nui, los enviados no encontraron ninguna playa digna del desembarco de un Rey, persona poseedora de un mana tan colosal que quien le tocaba moría de inmediato (es el mana la energía mágica capaz de encauzar las cosas en provecho propio, de hacer crecer abundantes cosechas, de atraer a los peces al anzuelo, la lluvia a los campos, o las maletas hasta un aeropuerto lejano, pero que en estado puro puede ser tan letal como la electricidad).
De modo que rodearon la isla hasta encontrar la playa de Anakena, de finísima arena rosada, ciertamente digna de un Rey. También sabemos que apenas hubo desembarcado Hotu Matu'a, su mujer -o según otros, su hermana- dio a luz, expresando simbólicamente su deseo de poblar la isla con una nueva estirpe de hombres y mujeres que había de impresionar al mundo entero con sus proezas.
De modo que yo no quise marcharme de Rapa Nui sin haberme bañado ritualmente en las aguas de Anakena. En mi última tarde en la isla, esperé a que la luz de la tarde se hiciera más discreta. Cuando se hubieron marchado los demás turistas, ya casi en completa oscuridad, dejé el trípode y la bolsa de la cámara sobre una piedra para internarme brevemente en las aguas del Pacífico, que allí tienen una temperatura agradable incluso en pleno invierno austral. Y eso fue a mediados de Julio, que en la lengua Rapa Nui se llama Anakena, puesto que fue entonces cuando llegó Hotu Matu'a.
Ahora la cuestión es: ¿Como había podido yo -modesto agrimensor nacido en una olvidada ciudad dormitorio, en un mar de mierda y cemento situado 13.000 kilómetros más al oeste- llegar hasta la Isla de Pascua, Rapa Nui, Te Pito Te Henua, el ombligo del mundo? ¿Y con qué fin?
Comentarios
Yo sólo viajo por los meandros del Cobugón alimentándome de inmundicias.
Imagínese, mi querido agrimensor, que en el país de su ciudad dormitorio no hubiese habido jamás una playa digna para el desembarco de un rey. A lo mejor nos hubiésemos ahorrado a los borbones (uy qué he dicho). Lo que es seguro es que ahora de playa digna casi no queda ni una, ni siquiera para que desembarque un egregio agrimensor como usted, amigo mío.
(Donde estoy no tengo internet. Escribo desde esa maquinita prodigiosa que utilizamos algunos maqueros, ya sabes)
M'has d'explicar moltes coses... Un petó.
Un placer tu vuelta ;)
Mierda! Menos mal que he vuelto a mi sitio después de comprobar que no me estaban robando y mirando su fotografía he empezado a soñar de nuevo.
Mmmmmmmm....preciosa entrada. Qué envidia.
"Iorana"
Me gustan las leyendas mi madre me explicaba,leyendas, dichos y me recitaba refranes, mientras ejercia su profesión, labores del hogar.
Saludos.
La Isla 2 .