Extraños ojos de caracol
Según se dice, una mañana de febrero del 2008, un agrimensor de mediana edad y aspecto discreto (por no decir gris) estaba paseando por la floresta de Tijuca, no muy lejos de Rio de Janeiro. Su única excentricidad conocida era la afición a la fotografía de insectos, que practicaba aprovechando los desplazamientos a diferentes congresos de agrimensores. Justamente andaba detrás de la despampanante mariposa Morpheus cuando vio a un extraño caracol deslizándose sobre una hoja húmeda.
A primera vista no supo que tenía de especial, y si quiso fotografiarlo fue casi por casualidad, o por el vicio de agrimensor de fotografiarlo y cartografiarlo todo. Pero al acercarse se dio cuenta: eran los ojos. No estaban en el extremo de unos apéndices telescópicos, si no directamente sobre el cuerpo del animal. Esta particularidad anatómica, así como el vigor de su mirada, le daban un aire singular, reflexivo y casi humano. Antes de perderse de vista entre el follaje, el caracol se detuvo por unos instantes y contempló, nostálgico, al agrimensor.
Ya en su casa el agrimensor trató de identificar al caracol. Como era previsible, ninguna de las obras de su modesta biblioteca decía nada al respecto del caracol de extraños ojos. Colgó la foto en diferentes páginas web especializadas pero nadie supo aportar ningún dato concreto. La flor y nata de la malacología europea examinó el asunto sin llegar a ninguna conclusión. El Dr. Joao Grande y el Dr. Adalberto Gumucio, eminentes zoologos de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro mencionaron la existencia de diversas especies similares, pero quedaron igualmente desconcertados por el brillo de los ojos y pidieron al agrimensor el lugar exacto donde el caracol fue visto, para poder capturar, diseccionar y clasificar al extraño ejemplar. Indignado, el agrimensor se negó en rotundo.
Las pesquisas mantenían al agrimensor en vela hasta altas horas de la madrugada. Una noche, agotado, se durmió frente al ordenador y en un sueño se le apareció el caracol. Le habló del gozo de sentirse un molusco, de la delicia de la humedad que hay después de la lluvia, que permite el deslizamiento rapidísimo, con un agradable cosquilleo en el músculo del pie. Y del sabor frondoso de las hojas, de la relajada vida íntima en el interior de la cáscara (que predispone al conocimiento de uno mismo), de los placeres dobles del amor hermafrodita, y también del arte de la conversación, que los caracoles brasileños -aseguró- dominan como nadie en el mundo. "Ven conmigo", le dijo.
Al día siguiente el agrimensor llegó pasadas las once a su trabajo en la Compañía de Agrimensores la Puntual. Fue al despacho del Gerente Supremo y anunció su renuncia inmediata e incondicional. Aliviado y rejuvenecido, cuarenta y ocho horas después ya estaba volando vía Madrid hacia Rio de Janeiro. No se entretuvo en las famosas playas de Ipanema, donde las garotas siempre son jóvenes, ni pensó en asistir a los carnavales, ni tampoco en la mariposa Morpheus, si no que a primera hora de la mañana regresó a Tijuca en taxi y empezó la búsqueda del caracol de extraños ojos.
Al atardecer se reencontraron. Con un solo cruce de miradas, el agrimensor supo que había tomado la decisión correcta (porque dentro de su cabeza, además de otros personajes, vivía un pequeño burgués que no dejaba de atormentarle con dudas). Pero la timidez se apoderó de él y solamente alcanzó a decir "Te traje unas hojas de lechuga". Y tal vez no hubiera acertado a dar el primer paso. Por suerte, el savoir faire del caracol resolvió la situación. "Deja eso para luego", le dijo (y su voz le pareció incluso más dulce que en el sueño). Le tomó de la mano y se deslizaron juntos hacia arriba por la corteza de un árbol frondoso, sorteando las bellas pero incomestibles plantas parásitas, hasta llegar al mundo de los caracoles cuyos secretos yo no pienso desvelar. Aquella fue una noche memorable y el principio de una nueva vida. Y hay que tener presente que un día entre los caracoles puede fácilmente equivaler a más de cien años.
A primera vista no supo que tenía de especial, y si quiso fotografiarlo fue casi por casualidad, o por el vicio de agrimensor de fotografiarlo y cartografiarlo todo. Pero al acercarse se dio cuenta: eran los ojos. No estaban en el extremo de unos apéndices telescópicos, si no directamente sobre el cuerpo del animal. Esta particularidad anatómica, así como el vigor de su mirada, le daban un aire singular, reflexivo y casi humano. Antes de perderse de vista entre el follaje, el caracol se detuvo por unos instantes y contempló, nostálgico, al agrimensor.
Ya en su casa el agrimensor trató de identificar al caracol. Como era previsible, ninguna de las obras de su modesta biblioteca decía nada al respecto del caracol de extraños ojos. Colgó la foto en diferentes páginas web especializadas pero nadie supo aportar ningún dato concreto. La flor y nata de la malacología europea examinó el asunto sin llegar a ninguna conclusión. El Dr. Joao Grande y el Dr. Adalberto Gumucio, eminentes zoologos de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro mencionaron la existencia de diversas especies similares, pero quedaron igualmente desconcertados por el brillo de los ojos y pidieron al agrimensor el lugar exacto donde el caracol fue visto, para poder capturar, diseccionar y clasificar al extraño ejemplar. Indignado, el agrimensor se negó en rotundo.
Las pesquisas mantenían al agrimensor en vela hasta altas horas de la madrugada. Una noche, agotado, se durmió frente al ordenador y en un sueño se le apareció el caracol. Le habló del gozo de sentirse un molusco, de la delicia de la humedad que hay después de la lluvia, que permite el deslizamiento rapidísimo, con un agradable cosquilleo en el músculo del pie. Y del sabor frondoso de las hojas, de la relajada vida íntima en el interior de la cáscara (que predispone al conocimiento de uno mismo), de los placeres dobles del amor hermafrodita, y también del arte de la conversación, que los caracoles brasileños -aseguró- dominan como nadie en el mundo. "Ven conmigo", le dijo.
Al día siguiente el agrimensor llegó pasadas las once a su trabajo en la Compañía de Agrimensores la Puntual. Fue al despacho del Gerente Supremo y anunció su renuncia inmediata e incondicional. Aliviado y rejuvenecido, cuarenta y ocho horas después ya estaba volando vía Madrid hacia Rio de Janeiro. No se entretuvo en las famosas playas de Ipanema, donde las garotas siempre son jóvenes, ni pensó en asistir a los carnavales, ni tampoco en la mariposa Morpheus, si no que a primera hora de la mañana regresó a Tijuca en taxi y empezó la búsqueda del caracol de extraños ojos.
Al atardecer se reencontraron. Con un solo cruce de miradas, el agrimensor supo que había tomado la decisión correcta (porque dentro de su cabeza, además de otros personajes, vivía un pequeño burgués que no dejaba de atormentarle con dudas). Pero la timidez se apoderó de él y solamente alcanzó a decir "Te traje unas hojas de lechuga". Y tal vez no hubiera acertado a dar el primer paso. Por suerte, el savoir faire del caracol resolvió la situación. "Deja eso para luego", le dijo (y su voz le pareció incluso más dulce que en el sueño). Le tomó de la mano y se deslizaron juntos hacia arriba por la corteza de un árbol frondoso, sorteando las bellas pero incomestibles plantas parásitas, hasta llegar al mundo de los caracoles cuyos secretos yo no pienso desvelar. Aquella fue una noche memorable y el principio de una nueva vida. Y hay que tener presente que un día entre los caracoles puede fácilmente equivaler a más de cien años.
Comentarios
Espero que no fuesen parientes suyos...
(per mi, és dels millors).
Lo de los caracoles que cogen de la mano, tampoco acabo yo de verlo claro, la verdad. ¿Quizá enrollando su cuerpecillo viscoso en la palma de su mano humana de pequeño burgués? (ja, m'ha encantat, això!).
Creo que si tenía los ojos fuera de las antenas, podría perfectamente tener manos, babosillas, pero manos.
Para entender al caracol, antes hay que atreverse a ser cangrejo, y a eso es a lo que se resiste nuestro pequeño burgués, tan bien atornillado en Europa.
Precioso texto.
Agradezco ! Pero eso es imposible por el momento, a ver si puedo emborrachar a un editor o algo.
Es Vd un canibal insensible, yo solamente como cefalópodos.
Lo de la mano es un misterio como tantas otras cosas de la liturgia. No tiene más.
Es un misterio, se pueden plantear hipótesis pero hay sucesos de naturaleza enigmática
Pero el pequeño burgués también tiene su función, es el que nos impide hacer demasiadas tonterías. No debe haber nada malo en ser un poco conservador, incluso algo cretino, siempre que no se realicen excesos como limpiar el coche a diario como el Sr. Voisin. Digo yo.
Al lado de mi casa, en Munich, hay una gran estatua de un caracol.
La primera vez que la vi, pensé que el artista no sabia de morfología, ni de invertebrados y que había puesto los ojos donde no eran.
Ahora me doy cuenta que es él.
JC
Cargol, treu banya,
puja a la muntanya;
cargol treu vi,
puja al muntanyí.
Cargol treu banya,
puja a la muntanya;
cargol bover,
jo també vindré!
Pues, eso. Un cordial saludo. Y suerte con tu nueva vida.
;-) Un saludo!
Besitos!!!!
PD: ya no comeré mas caracoles a ver si me como a tu amigo...me sentiria uan asesina...
A mi siempre me gustaron los caracoles, no puedo evitarlo.
Allí está el mundo secreto de los caracoles, si quieres acercarte.
Yo lo de comer caracoles nunca lo entendí, alguna vez he comido un poco obligado pero no me gustan. Bueno si te comes alguno procura mirarle a los ojos a ver si los tiene telescópicos o no.
Un abrazo.
Tierno, bello, entrañable, casi que lo cuento mañana en forma de cuento.
Un gustazo.
Inuits