Viaje de Gulliver a Concretia y después hacia la Luna (fin)
(Viene de aquí)
Varios días antes de llegar a la capital de Concretia, vimos una extraña línea gris en el cielo, que poco a poco se fue perfilando mejor: era una torre. Cuando finalmente llegamos, pudimos comprobar en que consistía el método para viajar por los cielos y hasta la Luna. Se trataba de una prodigiosa construcción de enorme altura, capaz de llegar hasta cualquier parte. Los concretios, maestros en la construcción de edificios, habían logrado propulsarse por el cosmos a fuerza de levantar pisos.
Pronto pudimos averiguar el funcionamiento. En la base de la Torre Lunar, por que así es como la llamaban, los albañiles-cosmonautas mezclaban una pasta viscosa de color gris en el interior de unos toneles giratorios. La pasta se cargaba en unos carros metálicos que trepaban por las paredes de la Torre con ayuda de un ingenioso sistema de engranajes. Una vez en la parte superior, se vertía la pasta en un molde y se dejaba endurecer, formando un nuevo piso. Al día siguiente, los carros y los cosmonautas-albañiles trepaban por el piso recién endurecido y levantaban la Torre Lunar un poco más. Ya alcanzaba una altura prodigiosa, más allá de lo que la vista podía escrutar.
Los primeros centenares de plantas ya estaban ocupados por los cosmonautas pioneros, que estaban continuamente quejándose del ruido de las obras. Pero era tal la carestía de la vivienda que más y más personas acudían a la Oficina Lunar para dar una paga y señal. Se decía que los próximos cien mil pisos ya estaban vendidos, y algunos terrenos de la Luna ya estaban apalabrados.
Por pura curiosidad yo mismo entré en la Oficina Lunar y pregunté precios. Como me parecieron interesantes, di paga y señal de un apartamento en el piso trescientos y pico mil y de una parcela en la Luna. Todo ello sobre plano, que es la mejor forma de comprar. Me dieron un certificado de cosmonauta-comprador y uno de cosmonauta-colono, firmados por el cosmonotario. Todavía los guardo.
Al principio, el ingeniero Jones quedó asombrado por la destreza y el dominio de la técnica constructiva de los Concretios. Mientras que yo fotografiaba la Papillio machaon y la Vanesa atalanta, él realizaba la parte más dura del trabajo: levantar croquis de los engranajes, realizar cálculos y, sobretodo, tratar de averiguar la composición de aquella pasta gris. Pero un día me dijo que no era necesario espiar más.
-Sea cual sea el material, cualquier estructura de este tipo terminará cayendo a causa de su propio peso. Es imposible que alcancen la Luna, Gulliver. Observe mis cálculos, incluso si la sección de la base decreciera en razón de diez a uno por cada cien pisos, despreciando la acción del viento y considerando una resistencia específica mil veces superior a la del acero.…
Pero yo no le quise escuchar y me marché a la Oficina Lunar a exigir que me devolvieran el dinero. “Esto se va a caer, es imposible que aguante”, les dije. La secretaria, azorada, pulsó un botón y me echaron a la calle de inmediato. Aquella noche vino lo peor. De madrugada se presentó la policía-Lunar en nuestra posada, nos arrestaron y decomisaron los cálculos y bocetos del ingeniero Jones.
Después de unos días de estar sometidos a torturas y vejaciones que no describiré, fuimos llevados a la presencia del Constructor-Cosmonauta. A diferencia de Impey Barbicane, presidente del Gun Club que también trató de alcanzar la Luna pero de un cañonazo, el Constructor-Cosmonauta resultó ser un tipo maleducado, codicioso e ignorante. Con voz engolada, preguntó al ingeniero Jones:
-A ver el listillo este ¿cuando dices que se va a caer?
-Bueno, según mis cálculos, no puede tardar más de una semana. Teniendo en cuenta la resistencia específica....
No pudo seguir. El Constructor-Cosmonauta se levantó de la silla, dio un puñetazo en la mesa y gritó:
-¡Maldito empolloncete! Esta Torre no se aguanta con cálculos si no por mis cojones.
Miró al funcionario e hizo el gesto de cortarnos el cuello con el dedo índice.
-Al amanecer. Y esos papeles me los quedo yo.
La prensa nos había presentado como peligrosos saboteadores, y al pasar por al lado de la ventana vimos que la multitud ya esperaba ansiosa la ejecución, que había de ser con navaja. Fueron momentos horribles. Pero a medida que transcurrían las horas, se fue levantando un fuerte viento del norte que llenó de esperanza al ingeniero Jones. No cesaba de repetir que la caída era inminente. Y en efecto, siendo todavía noche cerrada, la torre se vino abajo con un estrépito monumental que despertó a toda la península de Concretia.
Aprovechamos la confusión para escapar de la cárcel. Por desgracia, el pobre ingeniero Jones fue alcanzado por la multitud colérica. Yo logré escabullirme por los pelos, y todavía me parece que oigo sus horribles gritos. La multitud furiosa le descuartizó en vida. Me fue totalmente imposible ayudarle: los albañiles-cosmonautas, los vendedores de parcelas lunares, los notarios-cosmonautas, los compradores, los inquilinos, los impresores de certificados lunares, absolutamente todos ellos querían matarnos por que toda la vida en Concretia giraba en torno a la maldita torre.
Días más tarde, después de haber cruzado la frontera de forma clandestina, pude ver una caravana de carros. Y me enteré de que era el Construtor-Cosmonauta, que partió cargado de oro tan pronto como nos hubo condenado, horas antes de la caída.
Sintiendo mucho la baja de mi compañero, informé a su Graciosa Majestad de todo lo ocurrido y le presenté la nota de honorarios y gastos reembolsables (incluyendo mi paga y señal por las fincas lunares y los pisos). Todavía estoy esperando que me los paguen.
G, Moscú, octubre 2007
Varios días antes de llegar a la capital de Concretia, vimos una extraña línea gris en el cielo, que poco a poco se fue perfilando mejor: era una torre. Cuando finalmente llegamos, pudimos comprobar en que consistía el método para viajar por los cielos y hasta la Luna. Se trataba de una prodigiosa construcción de enorme altura, capaz de llegar hasta cualquier parte. Los concretios, maestros en la construcción de edificios, habían logrado propulsarse por el cosmos a fuerza de levantar pisos.
Pronto pudimos averiguar el funcionamiento. En la base de la Torre Lunar, por que así es como la llamaban, los albañiles-cosmonautas mezclaban una pasta viscosa de color gris en el interior de unos toneles giratorios. La pasta se cargaba en unos carros metálicos que trepaban por las paredes de la Torre con ayuda de un ingenioso sistema de engranajes. Una vez en la parte superior, se vertía la pasta en un molde y se dejaba endurecer, formando un nuevo piso. Al día siguiente, los carros y los cosmonautas-albañiles trepaban por el piso recién endurecido y levantaban la Torre Lunar un poco más. Ya alcanzaba una altura prodigiosa, más allá de lo que la vista podía escrutar.
Los primeros centenares de plantas ya estaban ocupados por los cosmonautas pioneros, que estaban continuamente quejándose del ruido de las obras. Pero era tal la carestía de la vivienda que más y más personas acudían a la Oficina Lunar para dar una paga y señal. Se decía que los próximos cien mil pisos ya estaban vendidos, y algunos terrenos de la Luna ya estaban apalabrados.
Por pura curiosidad yo mismo entré en la Oficina Lunar y pregunté precios. Como me parecieron interesantes, di paga y señal de un apartamento en el piso trescientos y pico mil y de una parcela en la Luna. Todo ello sobre plano, que es la mejor forma de comprar. Me dieron un certificado de cosmonauta-comprador y uno de cosmonauta-colono, firmados por el cosmonotario. Todavía los guardo.
Al principio, el ingeniero Jones quedó asombrado por la destreza y el dominio de la técnica constructiva de los Concretios. Mientras que yo fotografiaba la Papillio machaon y la Vanesa atalanta, él realizaba la parte más dura del trabajo: levantar croquis de los engranajes, realizar cálculos y, sobretodo, tratar de averiguar la composición de aquella pasta gris. Pero un día me dijo que no era necesario espiar más.
-Sea cual sea el material, cualquier estructura de este tipo terminará cayendo a causa de su propio peso. Es imposible que alcancen la Luna, Gulliver. Observe mis cálculos, incluso si la sección de la base decreciera en razón de diez a uno por cada cien pisos, despreciando la acción del viento y considerando una resistencia específica mil veces superior a la del acero.…
Pero yo no le quise escuchar y me marché a la Oficina Lunar a exigir que me devolvieran el dinero. “Esto se va a caer, es imposible que aguante”, les dije. La secretaria, azorada, pulsó un botón y me echaron a la calle de inmediato. Aquella noche vino lo peor. De madrugada se presentó la policía-Lunar en nuestra posada, nos arrestaron y decomisaron los cálculos y bocetos del ingeniero Jones.
Después de unos días de estar sometidos a torturas y vejaciones que no describiré, fuimos llevados a la presencia del Constructor-Cosmonauta. A diferencia de Impey Barbicane, presidente del Gun Club que también trató de alcanzar la Luna pero de un cañonazo, el Constructor-Cosmonauta resultó ser un tipo maleducado, codicioso e ignorante. Con voz engolada, preguntó al ingeniero Jones:
-A ver el listillo este ¿cuando dices que se va a caer?
-Bueno, según mis cálculos, no puede tardar más de una semana. Teniendo en cuenta la resistencia específica....
No pudo seguir. El Constructor-Cosmonauta se levantó de la silla, dio un puñetazo en la mesa y gritó:
-¡Maldito empolloncete! Esta Torre no se aguanta con cálculos si no por mis cojones.
Miró al funcionario e hizo el gesto de cortarnos el cuello con el dedo índice.
-Al amanecer. Y esos papeles me los quedo yo.
La prensa nos había presentado como peligrosos saboteadores, y al pasar por al lado de la ventana vimos que la multitud ya esperaba ansiosa la ejecución, que había de ser con navaja. Fueron momentos horribles. Pero a medida que transcurrían las horas, se fue levantando un fuerte viento del norte que llenó de esperanza al ingeniero Jones. No cesaba de repetir que la caída era inminente. Y en efecto, siendo todavía noche cerrada, la torre se vino abajo con un estrépito monumental que despertó a toda la península de Concretia.
Aprovechamos la confusión para escapar de la cárcel. Por desgracia, el pobre ingeniero Jones fue alcanzado por la multitud colérica. Yo logré escabullirme por los pelos, y todavía me parece que oigo sus horribles gritos. La multitud furiosa le descuartizó en vida. Me fue totalmente imposible ayudarle: los albañiles-cosmonautas, los vendedores de parcelas lunares, los notarios-cosmonautas, los compradores, los inquilinos, los impresores de certificados lunares, absolutamente todos ellos querían matarnos por que toda la vida en Concretia giraba en torno a la maldita torre.
Días más tarde, después de haber cruzado la frontera de forma clandestina, pude ver una caravana de carros. Y me enteré de que era el Construtor-Cosmonauta, que partió cargado de oro tan pronto como nos hubo condenado, horas antes de la caída.
Sintiendo mucho la baja de mi compañero, informé a su Graciosa Majestad de todo lo ocurrido y le presenté la nota de honorarios y gastos reembolsables (incluyendo mi paga y señal por las fincas lunares y los pisos). Todavía estoy esperando que me los paguen.
G, Moscú, octubre 2007
Comentarios
Todo esto me recuerda al AVE por los despropósitos, a una de vaqueros por el guión, y a una de Lorca por la navaja. Entre nosotros, ¿Qué te echan en el carajillo?
Saludos desde Catalonia, donde los trenes van en autobús.
Ni carajillos, solamente "Tonic, no vodka".
Nmp,
Subvierto todo lo que puedo :)
Subvierta subvierta don Friko, nos encanta.
Este viaje premonitorio a Concretia ya nos anunciaba lo que parecía previsible, pero que muchos se resistian a creer defendiendo la torre-lunar con la consabida frase: "el tocho es siempre sube".
Pero usted Dr. ya nos advertía de que "todo lo que sube, baja"