Andrómeda, Job y el enigma del sufrimiento
A los pocos días de regresar de vacaciones, Andrómeda saltó de la mesa del comedor al respaldo de la silla, con la intención de saltar después al suelo sin dejar de correr, para poder capturar un ratón de plástico atado a un cordel. Cegada por la pasión de la caza, midió mal su impulso y derribó la pesada silla de madera. No hubiera pasado nada, de no ser que quedó atrapada entre el respaldo y el suelo. El fuerte maullido y sobretodo la posición antinatural de su pata derecha no presagiaban nada bueno. No obstante, a las pocas horas parecía algo mejor y si la llevamos al veterinario fue casi por precaución. Todo el mundo sabe que los gatos pueden caer desde gran altura sin sufrir ningún mal.
Pero no siempre: Andrómeda tenía dos fracturas en los metatarsos de la pata trasera izquierda y la cadera de la derecha rota. Al verse dolorida, cubierta de vendas y sobretodo con la campana en la cabeza, que le impide limpiarse el pelo, no la deja pasar por lugares estrechos ni frotar su cara como muestra de feliz posesión de las personas y cosas más queridas, la pobre Andrómeda se preguntó, como tantos otros en sus circunstancias:
¿Cual es la causa de este sufrimiento que me aflige? ¿No estaba yo hace solamente unas pocas horas corriendo despreocupada por el pasillo? ¿Es acaso que entonces yo no valoraba en su justa medida la enorme dicha de no estar enferma y por eso habré sido privada de la salud? Ahora veo que me preocupaba por cosas sin importancia, que no era capaz de gozar del simple silencio mental, de la ausencia de dolor. Pero ¿por qué precisamente a mi me ha llegado esta desgracia? Seguramente habré obrado mal -aunque ahora yo misma no podría decir cual habrá sido mi pecado- y he sido castigada. Si arañé el sofá, si rompí la cortina, si derramé un vaso ¿no era eso lo que podía esperarse de un gato? ¿Merecía yo esto?
Job era el más justo y temeroso de Dios de todos los varones conocidos y su prosperidad era la envidia de todos. Sin embargo, un mal día empezaron sus sufrimientos. Perdió su hacienda, murieron sus hijos, sus camellos y sus mujeres. Y después, perdió la salud: su cuerpo se llenó de graves llagas purulentas y entre indescriptibles sufrimientos apenas alcanzaba a preguntarse ¿Cual es la causa de este atroz dolor que me aflige?.
Ya se sabe que las buenas preguntas muchas veces quedan sin respuesta, y esta pregunta, la causa del sufrimiento, es de las mejores. En el libro de Job, la narración empieza realmente antes de las desgracias. Dios y el demonio han apostado a que Job, si es sometido a suficientes infortunios, dejará de ser justo. Es una historia muy buena en su planteamiento ¿quien podía pensar que los males de Job tenían semejante origen? Sin embargo, en mi opinión, el libro pierde mucho al llegar al final. Dios se toma la molestia de hacer explícito que Job jamás podrá entender lo que pasa por la mente del Creador, dolor y desgracia ajenos incluidos. Alude incluso al Leviatan, criatura creada por Dios pero totalmente fuera del alcance de la imaginación de Job para dejar claro que su mente no puede en absoluto ser comprendida por nosotros.
La respuesta contemporánea, o por lo menos la mía, es que el universo no tiene ninguna obligación de ser justo ni equitativo. La silla del comedor se cayó por unas causas concretas, mecánicas y fáciles de entender en este caso. En otros casos, las causas serán más difíciles de comprender, serán sucesos puramente fortuitos. Pero no esperen recompensa... ni castigo. Este mundo no tiene obligación de ser justo.
Hace 2600 años, Lao Tse dejó escrito:
El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia,
para ellos los seres sólo son perros de paja.
Pero no siempre: Andrómeda tenía dos fracturas en los metatarsos de la pata trasera izquierda y la cadera de la derecha rota. Al verse dolorida, cubierta de vendas y sobretodo con la campana en la cabeza, que le impide limpiarse el pelo, no la deja pasar por lugares estrechos ni frotar su cara como muestra de feliz posesión de las personas y cosas más queridas, la pobre Andrómeda se preguntó, como tantos otros en sus circunstancias:
¿Cual es la causa de este sufrimiento que me aflige? ¿No estaba yo hace solamente unas pocas horas corriendo despreocupada por el pasillo? ¿Es acaso que entonces yo no valoraba en su justa medida la enorme dicha de no estar enferma y por eso habré sido privada de la salud? Ahora veo que me preocupaba por cosas sin importancia, que no era capaz de gozar del simple silencio mental, de la ausencia de dolor. Pero ¿por qué precisamente a mi me ha llegado esta desgracia? Seguramente habré obrado mal -aunque ahora yo misma no podría decir cual habrá sido mi pecado- y he sido castigada. Si arañé el sofá, si rompí la cortina, si derramé un vaso ¿no era eso lo que podía esperarse de un gato? ¿Merecía yo esto?
Job era el más justo y temeroso de Dios de todos los varones conocidos y su prosperidad era la envidia de todos. Sin embargo, un mal día empezaron sus sufrimientos. Perdió su hacienda, murieron sus hijos, sus camellos y sus mujeres. Y después, perdió la salud: su cuerpo se llenó de graves llagas purulentas y entre indescriptibles sufrimientos apenas alcanzaba a preguntarse ¿Cual es la causa de este atroz dolor que me aflige?.
Ya se sabe que las buenas preguntas muchas veces quedan sin respuesta, y esta pregunta, la causa del sufrimiento, es de las mejores. En el libro de Job, la narración empieza realmente antes de las desgracias. Dios y el demonio han apostado a que Job, si es sometido a suficientes infortunios, dejará de ser justo. Es una historia muy buena en su planteamiento ¿quien podía pensar que los males de Job tenían semejante origen? Sin embargo, en mi opinión, el libro pierde mucho al llegar al final. Dios se toma la molestia de hacer explícito que Job jamás podrá entender lo que pasa por la mente del Creador, dolor y desgracia ajenos incluidos. Alude incluso al Leviatan, criatura creada por Dios pero totalmente fuera del alcance de la imaginación de Job para dejar claro que su mente no puede en absoluto ser comprendida por nosotros.
La respuesta contemporánea, o por lo menos la mía, es que el universo no tiene ninguna obligación de ser justo ni equitativo. La silla del comedor se cayó por unas causas concretas, mecánicas y fáciles de entender en este caso. En otros casos, las causas serán más difíciles de comprender, serán sucesos puramente fortuitos. Pero no esperen recompensa... ni castigo. Este mundo no tiene obligación de ser justo.
Hace 2600 años, Lao Tse dejó escrito:
El Cielo y la Tierra no tienen benevolencia,
para ellos los seres sólo son perros de paja.
Comentarios
Otra postura es la de observar lo que pasa sin más afán que simplemente observar, pero me da a mi que esto está más cerca de las formas de vivir orientales que de las nuestras.
Por cierto el dios de la biblia es un tanto caprichoso y con bastante mala idea. Si dios lo sabe todo, ¿era necesario hacerle todas esas putadas a Job -fiel servidor suyo- para ver si lo seguía siendo?
Raro raro
Pero disiento en una cosa. Los animales son estoicos, aceptan el sufrimiento y se quedan quietos, esperando, sin la tortura a la que nos sometemos los humanos...
Espero que Andrómeda esté bien, francamente, suelo ser una negada para las radiografías. La miro y la remiro y no veo nada fuera de lo común.
Un abrazo.
...es que los que más sufren,...son los que menos se hacen oír.
No sé si porque, (también paradójico), son los que menos se quejan,
...o quizás, porque no sabemos escuchar.
Y tampoco sé de donde, a veces, sacamos la fuerza para vivir, para simplemente sobrevivir, o sencillamente para morir.
(Pero bueno, ésta es tan solo mi opinión,
...y Andrómeda está en muy buenas manos)
Un beso
B.N.C.M.
(Una observación arquitectónica: ¿esa pared pertenece a una ciudad dormitorio?)