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Mostrando entradas de 2018

Gnosticismo

Desde que supe de su existencia, me fascinaron los gnósticos. Debería decir: desde que entendí (o creí entender) sus ideas. Probablemente, el gnosticismo ha sido la herejía más perseguida y peor explicada. Pero explica el problema del mal en el mundo de una manera sorprendente. Su idea básica es muy simple: Dios no creó el mundo. Los Gnósticos, influidos por Pitágoras, Parménides y Platón, imaginaron una divinidad muy abstracta, totalmente perfecta pero sin ninguna clase de interés por la creación. De este Dios impersonal emanó otra divinidad, absolutamente menor. Y de esta, emanó una tercera, todavía menos perfecta y así sucesivamente. Yo imagino estas emanaciones como efectos involuntarios inevitablemente asociados a la presencia de algo, pero que no llegan a tener existencia plena. Como la estela de un barco en el agua o el eco que produce una montaña lejana. La mitología de los Gnósticos es muy detallada (y algo tediosa) de modo que podemos omitir los nombres y las funciones d

Sobre la maldad de las plantas

Les parecerá exagerado, pero si lo piensan detenidamente, verán que las plantas son criaturas egoístas y perversas que no piensan más que en imponer su voluntad. Cualquier enredadera, pongamos por caso una hiedra común, tiene por objetivo expandirse sin límite. Las he visto rodear a un árbol y apoderarse de sus miembros hasta asfixiarle, atravesar paredes de piedra y hacer temblar cimientos. Algunas coníferas no vacilan en dejar caer sustancias nocivas junto con sus hojas, para hacer la vida imposible a la hierba que de otro modo crecería a sus pies. Si no somos conscientes de nada de esto -mientras que si apreciamos la maldad humana- es por la lentitud de los movimientos vegetales. De lo contrario, huiríamos al ver a una parra recién nacida. ¿A qué se debe esta ambición ilimitada? ¿ No podría la zarza convivir con la menta y con la ortiga, en lugar de sepultarlas bajo sus ramas ?. Sin duda, si se conformasen con menos, habría sol para todas. De vez en cuando, alguna hiedra mut

Dos ensaladas

Doctores tiene la Iglesia y ya hay centros de investigación dedicados exclusivamente al Gin Tonic, de modo que ¿quién soy yo para hablar de cocina?. Sin embargo me arriesgaré a proponerles dos ensaladas. 1-La ensalada fogaril. De mi infancia recuerdo la escarola como una planta obligatoria, amarga e ingrata. Sin embargo, hoy en día en el supermercado hay bolsas de deliciosa escarola tierna, ya limpia y cortada. O tal vez la escarola siempre ha tenido el mismo sabor. Pero seguro que ustedes también lo han notado: con la edad y las miserias, nos vamos haciendo más tolerantes a lo amargo, y ya hace años que me tomo el café sin azucar. Pero vamos al tema. Se mezcla la escarola con unas nueces cortadas, y trocitos de pan tostado, a poder ser que sea un pan bueno y consistente. Se sirve con un poco de aceite, sal, vinagre y unas gotas de agua que humedecerá los trocitos de pan. Pueden prepararla en menos de un minuto, que es el tiempo decente para hacer una ensalada. Hay que comerla de i

El rio durandiano

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Será que se acerca el otoño, me apetece sentarme de nuevo a escribir alguna cosa. El mundo ya es demasiado complicado (lo digo sin ironía), al menos para mi lo es, y por fuerza deberá ser algo de poca importancia. Como que este verano he vuelto a bañarme en el rio. Es un rio pequeño, que apenas viene en los mapas, pero nos ha regalado muy buenas mañanas. La gente suele bañarse cerca de la carretera, pero andando poco más de media hora se llega a un salto de agua entre dos meandros donde se puede estar mucho más tranquilo. Hemos estado visitando ese lugar durandiano durante años y solamente hemos coincidido con dos personas. Que placer explorar los rincones buscando cangrejos, aunque sean invasores, observar las libélulas y nadar en las pozas. Es importante entrar en el agua haciendo el mínimo ruido posible. Hay que adoptar una forma digamos hidrodinámica y deslizarse con la mayor dignidad de que uno sea capaz, evitando salpicar y molestar a las Náyades que pudiera haber. Ahora mis

Ñoqui

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Desde hace ya unos meses, lo primero que oigo cada mañana son los pasos de nuestro perro Ñoqui que se acerca por el pasillo puntualmente a las 7:00, rodea la cama y pone las patas sobre la colcha pidiendo un poco de amor.  Y lo último, antes de acostarme, es su respiración profunda de animal dormido sobre el sofá. No es un perro ejemplar. A sus seis meses y medio ya tiene un historial delictivo de cierta consideración: destrozo de un repetidor de wifi, ataque a dos quesos manchegos secos y rotura de un anorak de plumón, entre otros. Y lo peor: ingestión de diversos calcetines de algodón y medias de señora que terminaron con ingreso en hospital veterinario. Todavía conservo la foto de la bandeja repleta de ropa que surgió de su estómago perruno. Pero Ñoqui no es exactamente un perro, es un sabueso. Un Beagle, para ser más precisos. Su genética le predispone a correr detrás de un zorro en los bosques de la Gran Bretaña, acompañado de una ruidosa jauría y precediendo al Principe C