Andrómeda en el palacio de Siddharta


A los pocos días de tener a la gata Andrómeda con nosotros, nos marchamos de vacaciones a un pequeño pueblo de Huesca. Allí, la naturaleza tiene todavía parte de su vigor original y de noche no es extraño ver pasar zorros o tejones por las calles del pueblo. O perros de caza persiguiéndoles. Claro está, los gatos locales llevan muchos años acostumbrados a este entorno y son tan o más salvajes que todos estos animales. Pero nos daba miedo dejar a la pobre Andrómeda suelta, no siendo más que un cachorro de gato urbano.

De modo que tuvimos que confinar en casa a Andrómeda, vigilando atentamente que todas y cada una de las puertas y ventanas estuvieran cerradas. Como los padres de Siddharta, que le encerraron en un lujoso palacio y le mantuvieron completamente al margen de las miserias y los problemas del mundo.

Allí, Andrómeda miraba por la ventana y veía las maravillas de la naturaleza, inalcanzables al otro lado del cristal: las golondrinas que se reúnen en el cable a las siete de la tarde, el rosal del vecino, el saúco que crece ferozmente en el jardín abandonado. ¿Todo eso era real o era ilusorio, como las imágenes que salen mágicamente de la pantalla del televisor? Y el canto tiu... tiu... tiu... del autillo, los gritos de los niños jugando a la pelota, los disparos de los cazadores ¿eran reales?.

En un descuido, Siddharta finalmente salió de su palacio y pudo conocer el mundo. Así fue como conoció el dolor y el sufrimiento. Nosotros fuimos más cautos, y Andrómeda regresó felizmente a nuestro piso urbano. Tal vez deberíamos haber permitido que saliera, tal vez tenerla encerrada no era en realidad más que una forma de protegernos a nosotros mismos del dolor de su posible pérdida, como quien no deja a un niño trepar a los árboles.

Pero ya estamos de nuevo en la ciudad. Ahora, Andrómeda maúlla de nuevo y es que su historia no termina aquí. El dolor siempre termina por entrar en todos los palacios.

Comentarios

Ángel Zamora ha dicho que…
... En cierto modo hay un/una Andrómeda en cada uno de nosotros, metidos, queramos o no, en pequeños habitáculos, unos sobre otros, que no palacios, en la ciudad...

Ella tuvo al menos unos días felices, allí en el pueblo, otros, queramos o no, jamás han conocido tal bendición.

felices días también para Andrómeda.

Saludos.

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