El hombre que va a morir
Finalmente me hacen pasar a la sala de espera número 4. El TAC es más penetrante que la RM y perfila mejor los huesos, se podrá ver que es este tejido, me dijo el médico. Después de unos minutos se oye de nuevo la voz especialmente antipática de la chica de recepción: "Sala número 5". El nuevo paciente pasa fugazmente por delante de la sala 4. Es un anciano extremadamente flaco. Busca el número de la sala, pero está débil y desorientado. Tiene miedo. Yo creo que va a morir.
El altavoz dice mi nombre. El TAC se hace muy rápidamente, sin necesidad de que me desnude. Los rayos X atraviesan los pantalones y los calcetines sin ninguna dificultad. Ni el impermeable me quito.
Al salir, el hombre que va a morir está esperando de pie, agarrado con la mano izquierda al marco de la puerta 5. Me ve salir, aterrado. Me recuerda a mi abuelo, cuando le vi preparando las cosas para irse al hospital. "No se preocupe", le digo al hombre que va a morir, "van muy rápido y no duele", pero en realidad quería decirle, "ánimos que todo pasará pronto". Pero él se sorprende de que un desconocido le hable. Tiembla y apenas abre los labios cuando sonrío lo mejor que puedo para decirle buenos días. Se ha peinado y afeitado, se ha vestido pulcramente, pero es pobre. Como mi abuelo.
Necesito la pequeña, instantánea, satisfacción de un cortado. La cafeina y la grasa de la leche caliente, incluso sin azucar, son percibidas erroneamente por mi cuerpo como una recompensa. Hay una pequeña cola en el bar. Cuando mi abuelo se marchó al hospital yo tendría nueve años. Estábamos comiendo. Mi madre y mi abuela le ayudaban a preparar sus cosas pero mi hermana y yo seguimos en la mesa. Al verle pasar dije que estaba amarillo y (era el año 76) pregunté en voz alta de que había muerto Franco. No volví a verle, no me atreví a mirar el cadaver.
Pido un cortado, "Uno cuarenta", me dice. Es carísimo. Saco una moneda de dos euros del bolsillo y se la tiendo. Pero no la coge, me prepara el cortado y me lo da. Está quemando, me gustaría pagar y llevármelo a una mesa para sentarme un momento. Me duelen las piernas. Se pone a hablar con la otra camarera. Yo sorbo el cortado una y otra vez, con la moneda en la mano y el gran sobre con todas las pruebas médicas en el suelo junto a la barra. Cuando vine a hacerme la resonancia magnética me sucedió lo mismo, recuerdo, tardaron mucho en cobrar y pensé en marcharme sin pagarselo.
Ya me he terminado el maldito cortado y ella sigue sin cobrarme. Se va un momento. Esta vez lo voy a hacer. Me meto la moneda en el bolsillo y voy hacia la puerta. Si me ve, le diré que puesto que no me cobraba y me enfadaré... o tal vez no, tal vez daré una excusa.. diré que me olvidé. Ya veremos. Ya estoy en la puerta de cristal y no me ha visto. Abro y salgo, andando ligero pero sin que se note que corro. Todavía podría verme. Que idiotez que la sangre me hierva de esta manera en las venas por un simple cortado. Soy un pobre idiota.
Si yo realmente pudiera creer que el universo es un teatro, o un sueño en la mente de un extraño dios, nada de esto me preocuparía: ni el hombre que va a morir, ni mi abuelo, ni este dolor incesante.
En el pasillo de cristal que pasa junto al bar sigo andando asustado. Si me ve, tal vez me llame, tal vez me chille. Pero no me ha visto, salgo al exterior. Ya casi lo he conseguido. Es una sensación maravillosa. Llueve y cruzo la calle sin mirar. Un taxi me pita.
Ahora siento la necesidad ardiente, casi fisiológica, de sentarme y escribir la historia del hombre que va a morir.
El altavoz dice mi nombre. El TAC se hace muy rápidamente, sin necesidad de que me desnude. Los rayos X atraviesan los pantalones y los calcetines sin ninguna dificultad. Ni el impermeable me quito.
Al salir, el hombre que va a morir está esperando de pie, agarrado con la mano izquierda al marco de la puerta 5. Me ve salir, aterrado. Me recuerda a mi abuelo, cuando le vi preparando las cosas para irse al hospital. "No se preocupe", le digo al hombre que va a morir, "van muy rápido y no duele", pero en realidad quería decirle, "ánimos que todo pasará pronto". Pero él se sorprende de que un desconocido le hable. Tiembla y apenas abre los labios cuando sonrío lo mejor que puedo para decirle buenos días. Se ha peinado y afeitado, se ha vestido pulcramente, pero es pobre. Como mi abuelo.
Necesito la pequeña, instantánea, satisfacción de un cortado. La cafeina y la grasa de la leche caliente, incluso sin azucar, son percibidas erroneamente por mi cuerpo como una recompensa. Hay una pequeña cola en el bar. Cuando mi abuelo se marchó al hospital yo tendría nueve años. Estábamos comiendo. Mi madre y mi abuela le ayudaban a preparar sus cosas pero mi hermana y yo seguimos en la mesa. Al verle pasar dije que estaba amarillo y (era el año 76) pregunté en voz alta de que había muerto Franco. No volví a verle, no me atreví a mirar el cadaver.
Pido un cortado, "Uno cuarenta", me dice. Es carísimo. Saco una moneda de dos euros del bolsillo y se la tiendo. Pero no la coge, me prepara el cortado y me lo da. Está quemando, me gustaría pagar y llevármelo a una mesa para sentarme un momento. Me duelen las piernas. Se pone a hablar con la otra camarera. Yo sorbo el cortado una y otra vez, con la moneda en la mano y el gran sobre con todas las pruebas médicas en el suelo junto a la barra. Cuando vine a hacerme la resonancia magnética me sucedió lo mismo, recuerdo, tardaron mucho en cobrar y pensé en marcharme sin pagarselo.
Ya me he terminado el maldito cortado y ella sigue sin cobrarme. Se va un momento. Esta vez lo voy a hacer. Me meto la moneda en el bolsillo y voy hacia la puerta. Si me ve, le diré que puesto que no me cobraba y me enfadaré... o tal vez no, tal vez daré una excusa.. diré que me olvidé. Ya veremos. Ya estoy en la puerta de cristal y no me ha visto. Abro y salgo, andando ligero pero sin que se note que corro. Todavía podría verme. Que idiotez que la sangre me hierva de esta manera en las venas por un simple cortado. Soy un pobre idiota.
Si yo realmente pudiera creer que el universo es un teatro, o un sueño en la mente de un extraño dios, nada de esto me preocuparía: ni el hombre que va a morir, ni mi abuelo, ni este dolor incesante.
En el pasillo de cristal que pasa junto al bar sigo andando asustado. Si me ve, tal vez me llame, tal vez me chille. Pero no me ha visto, salgo al exterior. Ya casi lo he conseguido. Es una sensación maravillosa. Llueve y cruzo la calle sin mirar. Un taxi me pita.
Ahora siento la necesidad ardiente, casi fisiológica, de sentarme y escribir la historia del hombre que va a morir.
Comentarios
Saludos y mi renovada enhorabuena por tus textos.
Es terrible el momento de darse cuenta de que cuando mueres, lo haces solo.
A veces añoro la seguridad y ayuda de las "religiones"... Si alguna vez me voy sin pagar un cortado, tenga usted la seguridad que me acordaré de su historia, y del hombre que va a morir. Y antes de irme del bar, en el espejo que acostumbran lo veré darse la vuelta y caminar rápido con el pulso acelerado.
Que bien escribe usted doctor.
Soy un neurótico, de seguro.
Lindo relato.
Yo creo que usted quería inconscientemente poner a prueba sus piernas, a ver si con ellas aún era capaz. Hacer un acto "ilícito" como acto de rebeldía no está mal ;)
Un relato muy bien escrito. Es bueno.
Salud amigo. A cuidarse, y que siga corriendo.
Un abrazo
Suelo no pensar en que venimos a esta vida a morir. Pero la vida me lo recuerda demasiado a menudo.
He pasado varias veces por TACS y tres veces pro la UCI (entonces se llamaba UVI)...y aquí estoy, vivito y coleando (lo que me dejan)
En cuanto a la adrenalina yo también la siento. Siempre me voy sin pagar si el camarero/a pasa de mí y no me cobra.
Una vez fueron 150 euros de una buena cena en un restaurante de categoría.
Cuando en el Decathlon, Corte Inglés, Bauhaus, Alcampo etc veo que me quieren cobrar un precio abusivo por algo que es baratísimo, tomo mis decisiones adrenalínicas.
Un beso muy fuerte.
B.N.C.M.
Magnífico, muy bueno, con unas dosis alegóricas acertadísimas, como ya te he dicho con algo de humor.
Espero una pronta de recuperación al viejo que se va a morir, y a ti... pues que el tac demuestre que tal tejido es seda china como mínimo.
Pd: lo de publicar no me parece descabellado. Un libro del Frikosal tendría su cosilla.
Deberíamos vivir la vida al revés; empezar encontrandote mal, cada vez te sientes mejor y con más ganas de hacer cosas, cuando desaparecen los hijos, tienes toda la libertad del mundo y te dá por estudiar y todo, adiós al trabajo, para acabar tu vida jugando, y despedirte con un buen orgasmo!
Es fascinante y al mismo tiempo tiene algo triste, aunque el final demuestra valentía.
Eres muy bueno escribiendo.
Un abrazo